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Cuenta Andrei Tarkovsky en su libro Sculpting in Time lo mucho que le irritaba escuchar las hipótesis y sospechas acerca del significado de “la zona” en su película Stalker. “La zona no simboliza nada. La zona es simplemente una zona, es la vida. Y concluía, “es esa partícula elemental con la que el hombre puede contar en su vida: la capacidad de amar que da sentido a su existencia”. Teniendo en cuenta la perspicacia autoanalítica de la escritura del director, una estaría casi obligada a aceptarlo. Me resisto a hacerlo, sin embargo, porque la explicación cae en un fuerte antropocentrismo que no se manifiesta en la película. La zona, aun sin presencia humana, está llena de vida, una vida donde lo natural no se distingue de lo artificial. O donde lo artificial ha impregnado eso que conocemos como natural. Colaboran juntos. “La zona es simplemente una zona, es la vida”. Dejémoslo aquí.
Non-Slave Tenderness es también una zona. Es vida. Es un organismo material. Una entidad animista que incorpora, transforma y se nutre constantemente de una multiplicidad de flujos y ensamblajes humanos y no-humanos. A diferencia de la zona anterior, la violencia contra sus visitantes, quizá aquí también meros stalkers, no es su característica principal. Sí lo es la ternura, ya nos advierte su nombre, un amor fati que no es humano, ni mucho menos divino, sino del todo material. Un amor orientado a la relacionalidad multidireccional y transespecie. Un amor que, como diría Karen Barad, “se hace sentir” y se contagia nada más traspasar su umbral. Un umbral del amor como devenir imperceptible que evidencia el momento de desaparición y la evanescencia de los sujetos aislados. Los afectos derivan de la fusión con el ambiente, con la materia, con la inmanencia de la zona.
Non-Slave Tenderness es un compost de objetos, artefactos tecnológicos, transferencia de datos y sonidos con capacidad para afectarse y ser afectados. Regulación tecnológica, mecanización, forzamiento, programación, cortes a láser, diagramas de fluidos, sistemas, cálculos de caudales, de voltios, de amperios. Una comunidad afectiva que se vuelve política a través de vínculos colectivos de movilización de recursos.
We don’t have to have something against our skin to feel it. Feeling something feeling something is still feeling something. But sometimes an inanimate object can amplify to us the most familiar object of all—another body.
Karen Sherman
En Non-Slave Tenderness los cuerpos cuidan y son cuidados. Un cuidado que se concretiza en prácticas tan cotidianas como, por ejemplo, el encendido de una batería que ha de cargarse cada noche. Y que, de no hacerse, pondría en peligro la estructura de la zona. Non-Slave Tenderness invita pues a una “solidaridad -en tanto que obligaciones y responsabilidades- de personas y cosas”, en palabras de Jane Bennett. Porque en una zona anudada de materia vibrante, dañar una parte de su red tentacular podría dañar a las otras partes. Una zona donde sus visitantes no han de entrar con el temor con el que lo hacen los stalkers de la película de Tarkovsky o de la novela de los hermanos Strugatski. Y no tanto porque Non-Slave Tenderness no posea materiales que inciten al deseo de pertenencia, sino porque nuestra aproximación a ella no puede ser extractivista. Quizá aquellos stalkers estaban demasiado imbuidos del espíritu de Perseo y nunca intentaron comprender a Medusa. Non-Slave Tenderness es un conjunto de esculturas que musitan en un entorno que ha dejado atrás relaciones extractivas y de sometimiento. Ella es una potente fuerza motivadora basada en los deseos, en los afectos, en los sentimientos y el amor de conexión hacia un mundo compartido.
Non-Slave Tenderness de Lucía C. Pino pertenece al ciclo “La posibilidad de una isla” comisariado por Alexandra Laudo. Puede visitarse en el Espai13 de la Fundació Joan Miró hasta el 11 de marzo de 2018.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)