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Me voy a hacer rica, sí, joder, en cuanto llegue a casa me pongo con ello. Me voy a hacer rica, rebosante de dinero, sí, jodidamente rica, sí… Voy a diseñar una línea de ataúdes para IKEA. La verdad es que no sé cómo no se les ha ocurrido antes. En cuanto llegue a casa me pongo con ello: telas estampadas, materiales ligeros…
Con esta línea de texto, la coreógrafa Ángela Millano ideó su performance Hogar (2017) presentada por primera vez en Plataforma Berlín. Una acción irónica y a su vez tranquila, casi meditativa, en la que la artista dedica una hora de reloj a la construcción de un féretro utilizando única y exclusivamente las piezas que contiene un armario ANEBODA de Ikea para, una vez montado, entrar en él y pedir al público de la sala que verifique que soporta su peso. Hogar se construye con la idea de abaratar los costes de una muerte y la de cavar tu propia tumba. Como Amaranta, el personaje de Cien años de soledad (1967), que se pasa la vida tejiendo una mortaja para otra persona y al terminarla, muere. El gesto poético de Ángela es parecido al de William Warrer cuando diseñó la estantería-ataúd Shleves for Life (2005) pero, en lugar de poner especial atención en la vida-muerte de los objetos, se centra en el campo de posibilidades de un cuerpo cuando abandona la vertical. Millano nos explica que Hogar es “un proceso que tiene que ver con el cuidado de una misma, con la paciencia, con la idea circular del tiempo y de su relación con la materia, pero sobretodo con un movimiento de la vertical a la horizontal”. Sin duda, las cuestiones que Ángela ponía en el centro del escenario del festival de danza berlinés dedicado a la fusión de la cultura ancestral y contemporánea, son ahora más vigentes que nunca. De su puesta en escena se desprende una reflexión sobre cómo facilitar el acceso a una “muerte digna” y la disconformidad con la manera en la que se gestionan los procesos post mortem en nuestra sociedad. Sin olvidar, que la legislación sobre los cuerpos y sus espacios, la habitabilidad y sus residuos, es a la vez una legislación sobre la muerte.
La cuestión del marco legal de los procesos post mortem también fue abordado por el colectivo LAS HUECAS en la muestra al público de su propuesta escénica Aquellas que no deben morir el pasado junio de 2020 en el espacio cultural La Infinita de L’Hospitalet. Una dramaturgia que toma como punto de partida la situación actual para investigar el lobby de la industria funeraria española formado por empresas privadas como Áltima o Mémora, propiedad de Ontario Teacher ‘s Pension Plan y que en España gestiona 130 tanatorios, 28 crematorios y 23 cementerios. Frente al oligopolio de estas empresas, LAS HUECAS deciden poner el cuerpo en una serie de acciones de guerrilla como, por ejemplo, llamadas telefónicas al personal de Mémora para abordar distintas coyunturas dramáticas, o, de nuevo, la excavación de su propia tumba, aunque esta vez en las afueras de Barcelona.
El proceso creativo de LAS HUECAS no consiste únicamente en las prácticas que realizan como colectivo, sino que en esta ocasión deciden colaborar con la cooperativa Som Provisionals (https://somprovisionals.net/
Cómo hacer historias para reconfigurar el lugar que ocupa la muerte en nuestros mundos es también lo que la coreógrafa y arquitecta Esther Rodríguez-Barbero y la investigadora Marta Echaves han explorado, desde hace meses, en sus prácticas de escritura escénica Invocaciones y No lo sé.
Un fantasma es un abismo entre dos fragmentos de memoria. Un espacio vacío que se rellena con información otra. Cuando no existe información suficiente, cuando se borran los datos, desaparecen los recuerdos, aparecen los secretos y aparecen los fantasmas. Hoy hemos estado aquí en la sala negra, la sala seis, haciendo nuestras danzas. Las hemos llamado así no sé bien por qué. Estamos aquí y al otro lado, en las gradas, no hay nadie. Las butacas vacías nos contemplan. Hemos convocado a un público invisible internacional. Dear ghosts, you are very welcome to this dance, please have a seat.
Marta y Esther se encontraron por primera vez en la residencia artística CRUSH del Centro de Artes La Praga de Madrid. Un espacio dedicado a la investigación en y desde la escena donde estuvieron pensando acerca de las posibilidades dramatúrgicas que se abren cuando se ponen en común prácticas y saberes a través de formatos como la entrevista o la conversación. Meses más tarde de su primer encuentro, durante el confinamiento, deciden iniciar No lo sé (2020), una correspondencia escrita que acaba tomando la forma de ocho textos impresos en papel, que más adelante guardan en un sobre de carta y entregan a sus círculos personales para que estos lean los relatos y dejen la carta fantasma en algún lugar de su recorrido habitual. Su invitación genera una situación espectral en la que la persona que recibe el sobre puede fabular e imaginar numerosas posibilidades de intercambio. Aunque, en el fondo, la acción consiste, precisamente, en la importancia de regalar algo a lo desconocido, saber soltar y afrontar la pérdida.
Hace meses que Marta y Esther se relacionan a través de un proceso íntimo de amistad y de aprendizaje mutuo entorno a la escritura coreográfica como práctica de restitución y duelo. No lo sé ha sido el lugar de cruce donde sus inquietudes e intereses conversan. Aunque sus aproximaciones personales con los procesos de duelo han recorrido caminos muy diferentes. Marta inició, en 2015, una investigación en torno a la década de los años noventa en el Estado Español, y sobre cómo este marco epocal había sido desatendido en la mayoría de los relatos oficiales que explican nuestro presente. Más adelante, su investigación se centró exclusivamente en el caso de la heroína, y la posterior aparición del VIH/Sida, como figura que condensa este momento histórico del territorio peninsular. Un pasado que ahora resuena en un presente condensado de ausencias y de vacíos. Esther, sin embargo, tocó con su propia piel el umbral de la muerte. Desde ese momento, escribe una novela preguntándose cómo narrar su experiencia con las voces de todas las personas que se vieron afectadas por ello. También baila, junto a Marta, sus Invocaciones (2020), una serie de coreografías improvisadas en cementerios de Madrid y Barcelona o en lugares abandonados como, por ejemplo, la discoteca Puzzle de Valencia. En sus danzas tratan de conectar con lo inaprensible, utilizan el cuerpo como radar mientras se preguntan: “¿Qué sabemos y no sabemos de lo que está presente y de lo ya que no está?”. Según nos cuentan, el cuerpo es el medio que les permite acceder a un lugar muy físico, pre-lingüístico, detrás del hipotálamo, de donde vienen las palabras.
El pasado viernes 2 de octubre, Marta y Esther decidieron abrir su proceso de investigación al público en el marco de ARAR, unas jornadas dedicadas a hacer del ahora un verbo de acción y a imaginar otras formas de compartir el tiempo y de no abandonarnos en la distancia que se celebraron en el centro de danza y artes escénicas La Caldera de les Corts de Barcelona. Pero su proceso de apertura no acaba aquí, sino que seguirá activo, a lo largo del 2021, en el Centro de Arte Dos de Mayo situado en Móstoles, Madrid.
En la actualidad, donde el dolor y la pérdida han sido expropiados del espacio social y comunitario, prácticas como las de Ángela Millano, Núria Corominas, Júlia Barbany, Andrea Pellejero, Esmeralda Colette, Sofía A. Martoria, Esther Rodríguez-Barbero y Marta Echaves abren espacios simbólicos para ensayar nuevas pedagogías del duelo: procesos de aprendizaje y emancipación colectiva al margen de las lógicas de productividad y eficiencia del mercado. Escenas y relatos que nos plantean, en última instancia, la necesidad política de hacer de la muerte un ritual de hospitalidad para y con lo desconocido.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)