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Spotlight

22 noviembre 2019

Soledad compartida

Estos días puede verse en el museo de Kiasma de Helsinki, The Visitors.

Fui a verla el primer viernes de noviembre, cuando, como cada primer viernes de mes la entrada a Kiasma es libre. Lo cual implica multitud en el museo. Pero con The Visitors, la multitud reforzaba la parte performatica de la obra, su fragilidad y potencia. Por una vez, visitar una expo rodeada de mucha gente más que estorbar, acompañaba.

The Visitors de Ragnar Kjartansson empieza suave; una sala con varias pantallas, una a una se va encendiendo, mostrando una escena, un encuadre fijo donde aparecen distintas habitaciones de una misma casa. De uno en uno los personajes entran a escena, se preparan, empiezan cantar y a tocar un instrumento de música distinto.

La obra se puede pasear y, dependiendo de por delante de que pantalla pasas o te detienes, escuchas una voz e instrumento destacándose sobre los demás. Pero todos los músicos están tocando y cantando la misma canción, sumando voces.

Describir esta obra de Ragnar Kjartansson con un texto, es como intentar describir el abrazo de un ser amado. Se puede narrar, pero ninguna palabra sienta igual que ese abrazo. La parte fuerte de la obra es la música en sí, interpretada, por cierto, por amigos del artista, músicos Islandeses de grupos como Múm o Sigur Ros.                                                                                                                   Si bien describir música con palabras es como describir abrazos, la letra de la canción, a base de repetirse, va calando hasta atravesar la piel. Así que tal vez las palabras cuentan, afectan:

Once again I fall into. My feminine ways. You protect the world from me as if I’m the only one who´s cruel. You´d been taken me to the bitter end. Once again I fall into. My feminine ways. There are stars exploding and there is nothing you can do.

La obra empieza lenta y quieta, la puedes controlar, navegar a tu ritmo. Pero cuando la música llega al clímax, a la pura emoción, cuando todas las voces e instrumentos son una sola sinfonía, ya no hay defensas posibles. Cuando te quieres dar cuenta, ya no tienes barreras, ya has caído. La música te está golpeando como una ola que no puedes esquivar. Y entonces ya no hay nada que hacer, las lágrimas te están resbalando por las mejillas. Hay cierta incomodidad en mostrarse vulnerable rodeada de desconocidos. Pero de reojo, en la penumbra, se podía ver a otras personas con los ojos húmedos, suspirando y sorbiendo los fluidos que acompañan a las lágrimas.

Entonces sabes que no estabas sola sintiendo todo eso, que entre todos nos estábamos acompañado. Cada uno de nosotros caía de nuevo en sus propias maneras y agujeros, cada uno traía sus luchas personales, derrotas y triunfos que teñían de un color íntimo esa canción. Como los músicos de la obra, cada uno estaba en su habitación, con su voz, instrumento y forma de sentir. Pero tocando la misma canción, en una misma casa.

The Visitors termina con cada personaje saliendo de su habitación para irse reuniendo todos en una misma sala. El resto de pantallas han quedado a oscuras, apagadas. En el reunirse está también la celebración, la amistad, las risas que destensan. Y en ese momento todas las personas acabamos reunidas frente a esa misma pantalla, todos los cuerpos cerca los unos de los otros, celebrando en silencio una misma experiencia que nos había atravesado de maneras distintas. En soledad compartida.

 

Irina Mutt sigue citando a Annie Sprinkle.

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