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Cuatro rumanos y tres españoles, todos ellos habitantes, literalmente, del espacio público, es decir, gente sin techo, indigentes, fueron invitados a visitar Arco 2010 por el artista Quino Monje Barón, en una acción titulada País Invitado. Una acción contextual que supuso la infiltración de “indeseables” en una feria de arte contemporáneo, donde todo se pretende que sea “deseable”. Para de alguna manera, hacer visibles a aquellos que siempre permanecen invisibles y que desde luego no son invitados a sitio alguno, si no es a cambiarse de esquina. Una fractura, una grieta, demasiado real, en una feria casi fantasma. Fantasma no por vacía, aunque también, sino porque los malos augurios indican su pronta desaparición, o al menos, se exige su urgente redefinición. Y es que no hay nada más real que los inframundos, aquellos que no podemos ni tan siquiera imaginar. Pero es preciso abrir estas fracturas, y señalar con el dedo lo que ya no se puede tolerar. Resulta difícil imaginar a estas personas pululando por Arco con sus ropas raídas y pelaje grasiento, al lado de gente bien vestida e “instruida”, y ante galeristas ansiosos por mostrar sus mercancías-fetiche. Les hubiese faltado quizá el carrito para ir acumulando tanto residuo. Y más si tenemos en cuenta que Arco, en los últimos años, ha ido subiendo progresivamente el precio de su entrada, para evitar de esta forma que intrusos (clase media-baja) recorran sus stands.
De lo que no cabe duda, es que estas personas, como el resto de los mortales que fuimos a Arco, se debieron aburrir como ostras, deambulando por esos pasillos alopécicos de los que tanto se ha hablado y viendo obras que seguramente no entendían (muchos de nosotros tampoco) ni falta que les hizo, si por un día pudieron abandonar las cercanías de Atocha, su paisaje habitual, para insertarse en otro paisaje si cabe más anodino, aunque eso si, menos concurrido.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)