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Archivo: Remarks on Mediation (parte 1)

Magazine

22 August 2013

Archivo: Remarks on Mediation (parte 1)

Este año en el programa de estudios de A*DESK, en las sesiones y talleres, se ha hablado mucho de mediación. Se seguirá hablando el año que viene en este y otros foros. Y resulta que ya en 2006 publicamos un texto de Lars Bang Larsen y Soren Andreasen titulado “Remarks on Mediation”. Un texto que tomaba como punto de partida una declaración del crítico Harold Rosenberg: “Sólo el mediador tiene el poder de satisfacer el sueño de unión entre el individuo creativo y la sociedad”. Han pasado más de treinta años, han cambiado muchas cosas y tiene todo el sentido darle más vueltas al tema de la mediación.

Remarks on mediation, de LARS BANG LARSEN, SøREN ANDREASEN fue publicado, originalmente en inglés, el 10-04-06

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En 1970, el crítico Harold Rosenberg dijo: “En la actualidad – y esto explica el interés mostrado en el trabajo de [los comisarios]- sólo el intermediario tiene el poder de hacer realidad el sueño de la unión entre el individuo y la sociedad creativa”. El concepto de ‘intermediario’ de Rosenberg, de casi 30 años de edad, resuena junto con las muchas funciones de la actual cultura floreciente del Intermediario: curadores, asesores, agentes, periodistas, dj, facilitadores, spindoctors, etc. Gente cuya profesión consiste en mediar o en evitar que los problemas surjan. Parece que el intermediario es un agente privilegiado de la sociedad burocrático-capitalista tardía. Sin embargo, el concepto de intermediario va más allá que meras descripciones de trabajo y más allá que una crítica a ciertas funciones. Nuestra idea es que el “intermediato” es hoy una condición general de la autoría y la conducta productiva. La existencia de intermediarios es indicativo de que el intercambio en sí mismo es fundamental para la forma en la que se calcula el valor. Significa estar implicado intensamente, es un retrato del deseo de complicidad. No existe, por decirlo de otra manera, un “intermediario desde afuera”: Todo el mundo es un intermediario. Esto no quiere decir que no hagamos las cosas de diferentes maneras en diferentes lugares, sino que es una condición omnipresente en la subjetividad en la economía globalizada.

En 1993, Pierre Bourdieu escribió sobre el campo de la producción cultural: “… el sujeto de producción de la obra – de su valor, pero también de su significado – no es el productor que realmente crea el objeto en su materialidad, sino todo el conjunto de agentes que participan en el campo. Entre ellas se encuentran los productores de obras clasificadas como artísticas, los críticos de todas las tendencias, los coleccionistas, intermediarios, curadores, etc.; en fin, todos los que tienen vínculos con el arte, que viven para el arte y, en diversos grados, de él; y que se enfrentan unos con otros en las luchas donde la imposición, no sólo de una visión del mundo, sino también de una visión del mundo del arte está en juego, y que a través de estas luchas, participan en la producción del valor del artista y del arte”. (The Field of Cultural Production, 1993, p 261). El análisis de Bourdieu parece apto, si no fuera por la identidad productiva que asigna al artista como un creador de “objetos materiales”. En la era del trabajo inmaterial presente aparece como algo anticuado. En otras palabras, Bourdieu considera el lugar de la creación artística como una escena primitiva de clases; nosotros queremos argumentar que no existe tal escena primaria de producción. Esa es una idea moderna. En cambio, la producción-consumo de hoy va sobre cómo diseñar un mosaico de material mediado.

Echemos un vistazo a qué mecanismos de autorización sustentan el papel del productor cultural. Estamos hablando de lo que podría llamarse una ‘evaluación de poder’, una disección de un entramado complejo que rodea el significado de autoridad. Como nos dijo Michel Foucault, tener poder o estar ‘empoderado’ o facultado no es un problema en sí mismo. La cuestión es cómo el poder es usado y representado. Tenemos que encontrar maneras positivas de evaluar el poder desde el papel de los intermediarios, desde la posición del trabajo en red y estar conectados en red.

El problema clásico con el intermediario es que tan pronto como él o ella interfiere, la situación ya no es ‘uno a uno’. Los intermediarios son vistos como los que -en silencio- siguen las tendencias del mercado. El intermediario sólo está implicado en el proceso una parte del tiempo, pero en ese momento su ‘agenciamiento’ afecta significativamente al curso posterior de este proceso. Por lo general, su participación aumenta el valor de los bienes que están en circulación. Es visto como un agente fugaz con lealtades cambiantes, sentado cómodamente entre mercado y productor, disfrutando de un cierto grado de inmunidad. No se le puede reducir y no puedes añadirle nada. Pero al mismo tiempo que tiene el poder, no es realmente la persona en el mando, motivo por el cual es difícil dirigirse a él como una autoridad.

Pero por otro lado – y este es el otro aspecto de los intermediarios – hay que tener en cuenta las infraestructuras colonizadas en el pasado y el presente. El intermediario no es sólo alguien que sigue en silencio, sino que puede ser parte de las infraestructuras básicas. En “This Sex wich is not One”, el pensador feminista Luce Irigaray habla sobre la mujer como un intermediario, al haber funcionado como “una infraestructura, no reconocida como tal por la sociedad y la cultura … todo depende de su complicidad: Las mujeres son la posibilidad misma de la mediación, transacción, de transición, la transferencia – entre el hombre y sus semejantes, de hecho entre el hombre y sí mismo.” Parece que el intermediario puede ser algo más que quien -como el capitalismo- llega cuando todo está listo. Y las infraestructuras, por supuesto, pueden transmitir muchos deseos diferentes, dependiendo de su composición. Los flujos que ponemos en órbita pueden ser meros adornos, pero también pueden ser grandes olas o columnas de aire ascendente, a punto para ir a cualquier lugar con el fin de ver con lo que chocan, como decía Gilles Deleuze.

En una conferencia que dio en el Centro de artes Báltico en Newcastle hace casi exactamente dos años, Hans Ulrich Obrist declaró: “(Lo que importa es:) ¿Cómo, en la práctica curatorial y también dentro de las instituciones, se pueden traer de vuelta, en un contexto de aceleración evidente, nuevas formas de lentitud? ¿Cómo podemos volver a inyectar la lentitud en la velocidad?” Nos gustaría deconstruir esta declaración, ya que a pesar de que es una crítica importante a la velocidad de producción/consumo, todavía asume que le corresponde a la autoridad curatorial -autoridad no artística – el ralentizar las cosas y llevar a cabo la operación de “reinyectar lentitud”. El curador o el intermediario, pueden acelerar las cosas y aminorar su velocidad de nuevo; en efecto, este es un armonizador. Pero ¿puede el intermediario también ser un ‘radicalizador’? ¿Cómo actúa este acto de subjetividad que inyecta lentitud? Los comisarios pueden ser productores, mediadores, traductores y custodios – incluso activistas. Por otra parte, los comisarios pueden decidir con qué formato institucional o metáfora trabajar; archivo, laboratorio, plataforma, exposición, etc. En cualquier caso, parece que los curadores tienen la libertad de elegir diferentes identidades productor / consumidor y diferentes conjuntos de operaciones por sí mismos.

Cuando hablamos de los comisarios, no deberíamos aislar su identidad profesional en su subjetividad pragmática. Intentemos por un momento pensar más allá de este papel especializado y tener una discusión sobre la ubicación cultural de la mediación.

La subjetividad de la mediación – el intermediario – es la subjetividad que nos trae la modernidad. A través nuestro viaja la información. A menudo, oímos que los comisarios urgimos a ampliar los límites, hablamos de la urgencia de introducir nuevas estrategias para involucrar a nuevos públicos, prácticas artísticas y formas de uso de la institución. El comisario es curioso, busca nuevas formas y herramientas para poner en práctica estas nuevas estrategias. El comisario espera ser llenado con nuevos conocimientos, nuevas cualificaciones. El comisario es alguien que aprende “del arte y de los artistas”, y un “puente peatonal entre el artista y el público”, en palabras de Maria Lind y Alexander Dorner. Una subjetividad migratoria, que va completándose con cada nuevo encuentro, nueva ciudad, nueva información, nueva significación.

Hoy en día, la producción / consumo se organiza y se distribuye en secuencias más cortas, a través de la reinvención discontinua de las instituciones. En la sociedad del trabajo en red, cada punto nodal de ésta es un intermediario entre flujos, de material en movimiento. El crítico cultural Bülent Diken ha escrito que “el poder de la red gira entorno la capacidad de escapar; sus instrumentos son la fluidez, la liquidez y la velocidad”. En la “modernidad líquida” el poder reside en la capacidad de “viajar ligero”. Teniendo esto en cuenta, nos gustaría citar al comisario Fransesco Bonami, y su texto del catálogo de la Manifesta 4: “Tildar a Manifesta de ‘exposición’ es engañoso […] Debido a que su estructura es fundacionalmente fluida y con sus sedes itinerantes, resulta imposible identificar Manifesta con un especial lugar o identidad”. Probablemente sin buscarlo, Bonami ofrece aquí una definición muy precisa de la autoridad, que hoy ya solo existe en su forma amorfa: sencillamente, no puede ser señalada con precisión. No sabemos qué forma tiene la autoridad o dónde reside; rechaza ser identificada. El novelista Charles Willeford declaró en 1971 que “El [arte] crítico tiene que hablar de lo que está ahí, no es algo que pueda estar en otro lugar”. Sin embargo, en la sociedad en red, los parámetros tradicionales de evaluación han desaparecido.

Ahora, la vía más entendible para entablar una relación entre las múltiples operaciones del objeto de estilo -o las múltiples operaciones del flujo de estilo- sería una vía de interpretación más que de mapeo.

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