Search
To search for an exact match, type the word or phrase you want in quotation marks.
A*DESK has been offering since 2002 contents about criticism and contemporary art. A*DESK has become consolidated thanks to all those who have believed in the project, all those who have followed us, debating, participating and collaborating. Many people have collaborated with A*DESK, and continue to do so. Their efforts, knowledge and belief in the project are what make it grow internationally. At A*DESK we have also generated work for over one hundred professionals in culture, from small collaborations with reviews and classes, to more prolonged and intense collaborations.
At A*DESK we believe in the need for free and universal access to culture and knowledge. We want to carry on being independent, remaining open to more ideas and opinions. If you believe in A*DESK, we need your backing to be able to continue. You can now participate in the project by supporting it. You can choose how much you want to contribute to the project.
You can decide how much you want to bring to the project.
Álvaro Barrios es un autor prolijo que dentro de la solidificada historiografía del arte contemporáneo colombiano, es analizado desde tres perspectivas: la de autor proto-pop (que incorpora su interés por las tiras cómicas en múltiples formatos), la de émulo criollo de Marcel Duchamp (a quien imita en maquillaje, de quien repite obras o le escribe cartas), y la de humorista tardo-moderno (con unas pinturas en plantilla donde repite el siguiente esquema: guiño al historiador de arte que todos llevamos dentro + juicio contra artistas contemporáneos pésimos + Tom of Finland y/o comics de la edad dorada). Esta muestra vuelve sobre esos tres momentos. Y no añade ni uno más. Lo otro (es decir, sus facetas como gestor, curador o crítico) se echa en falta. Mucho, la verdad, para hacerle un homenaje en serio. Entonces esta retrospectiva quedó incompleta.
Además de su producción de objetos, Barrios fue un inquieto galerista que administró un espacio homónimo (algo habitual en él, autopromocionarse) en la ciudad de Barranquilla. Desde allí promovió lo más interesante del arte colombiano de su época. Poco se sabe de esto. También estuvo cerca de algunos autores del movimiento literario nadaísta. Poco se sabe de esto. E intentó –y falló- en el vaticinio del arte de la década de los noventa. Poco se sabe de esto. (O bueno, poco más allá de los cuestionamientos que le hiciera el crítico José Hernán Aguilar, al señalarlo como un defensor tardío de “la concreción de un movimiento de arte procesual en la Colombia de los años 80”.)
Lo que sí muestra la exposición es a un autor que lo hace mejor burlándose de los atavismos heteronormativos que planteando teorías de conspiración sobre las islas Malvinas. Alguien mucho más sincero cuando deja de hacer proselitismo –o cuando no sabe que lo está haciendo. Una persona elegante que se descompone cuando le da por la veta latinoamericanista. Algo extraño: en esta exposición le sucedió lo mismo que a Miguel Ángel Rojas, otro valor de su generación, quien tras ser curado por la misma curadora, cambió de humor. Sus piezas más recientes manifiestan una profunda ansiedad por parecer políticas, como si quisieran caer bien en el Zeitgeist.
No hay un trecho tan enorme entre los rollos de tiras cómicas para ver en cajas de zapatos -los sponsors de Converse sonreían-, los collages, los primorosos minipaisajes lunares y el extendido performance de Marcel Duchamp, que entre el cuerpo general de su obra y la floja intención post-colonial de sus más recientes obras. No es suficiente el paso de los años para lograr esa dudosa proeza. En La Leyenda del sueño hay algo así como una transformación dolorosa. Un paso que va del juego tranquilo a la pretensión maximalista transfronteriza. Donde se descuida lo más apreciable del trabajo del artista: su mirada hacia los pequeños cortocircuitos que alegran la vida cuando un objeto se encuentra con otro. Fin. Nada más aburrido que un surrealista regañando en público.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)