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En un regreso, las imágenes del pasado se entremezclan con las del presente. Como dos tiempos al mismo tiempo. Un paquete con 22 rollos fotográficos para ser revelados nunca llega a destino. Una carta a una madre confirma que la realidad descrita coincidía con la vivida. Un joven fotógrafo, Rodrigo Rojas De Negri, muere quemado por militares en Santiago de Chile. Veintisiete años después, la imagen se vuelve memoria en la capital chilena, exponiendo trozos de presente hechos archivo.
“Un exilio sin retorno” es el nombre de la exposición en el MAC Quinta Normal y en el Museo de Santiago, que presentaron por vez primera el acervo fotográfico inédito de Rodrigo, compuesto de imágenes producidas desde sus inicios en el oficio, a la edad de catorce años. Producto de una investigación impulsada por su madre, Verónica De Negri, la exposición que cura Montserrat Rojas Corradi recupera una colección de imágenes que va de su adolescencia en exilio en Estados Unidos hasta su visita al Chile en dictadura, en el año 1986. Un total de 14000 imágenes en negativo, diapositivas, fotos en blanco y negro y en color forman parte del archivo hasta hoy en poder de su madre.
El fotógrafo (Valparaíso, 1967- Santiago, 1986) se forma como tal durante el exilio, y en un viaje de visita al lugar de origen, del que nunca volverá. La historia podría contarse como que Rodrigo tiene diez años, está de vacaciones donde una tía en Canadá en 1976. Verónica, su madre, es detenida y torturada en distintos centros clandestinos. Se refugia más tarde en Washington D.C., donde vivirá hasta fines de la década de 1980 junto a sus dos hijos. A los 14 años Rodrigo se volverá fotógrafo, aprendiendo el arte del revelado con Marcelo Montecino, un fotógrafo exiliado cuyo trabajo se centraba en América Central.
Su mirada recogerá a jugadores de fútbol americano y cheerleaders, así como a la vida en la calle en la ciudad estadounidense en la Era Reagan, o los conciertos de un grupo de música andina en el frío norte. Y también más tarde a los ejes de una narrativa que, pese a trágica, nunca llega a consumarse: la represión de la vida en el contexto de la dictadura de Augusto Pinochet. Rodrigo se volvería adulto con la cámara: 40 fotos y 30 diapositivas son las imágenes que, a juicio de la curadora y su equipo de investigadores compuesto por Lucy Quezada y Jaime Cuevas, “cristalizan la mirada” del artista, y que habían sido expuestas en parte en espacios locales y en Canadá y Estados Unidos a fines de la década de 1980. De alguna manera, la organización de la exposición está lograda en forma de un archivo que organiza en el tiempo una narrativa sin territorio fijo ni puntos únicos de mirada.
Las fotos de De Negri no solamente dan cuenta de aquello que representan, a saber: el devenir y la mirada de un artista y activista político en el contexto represivo, sino también de los dispositivos y soportes de representación de la época, experimentados no sólo por medio de la fotografía como medio, sino también como espacio de encuentro con el cuerpo – reconstruido y en interacción, en un nuevo presente: el fotógrafo que retrata al fotógrafo frente a un carro lanza-aguas, una bomba lacrimógena afuera del Palacio de La Moneda, sede del gobierno chileno; miradas ausentes y presentes en el funeral del estudiante Ronald Wood, baleado días antes del regreso de Rodrigo a Santiago, donde la vida cotidiana en las poblaciones, en las calles, en los cementerios se componía casi siempre de episodios premonitorios. En su intención documental y objetual, las fotos reunidas y re-nacidas en el espacio de exposición dejan reconocer su naturaleza visual en tanto vehículos de memoria. La exposición formula entonces un nuevo cuerpo del sujeto desaparecido, reconstituyéndolo a partir de instantáneas de otro presente.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)