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Magazine

06 December 2009
Soul Kitchen: Tan sólo un breve respiro

En su cuadragésimo séptima edición, el Festival Internacional de Cine de Gijón inunda la ciudad asturiana con películas, cineastas y un público de lo más entusiasta. Este año uno de los ciclos está dedicado al realizador alemán de origen turco Fatih Akin. En los días que el artista estuvo en la ciudad asturiana habló, y se habló, mucho de su cine, uno de los más sugerentes del panorama internacional.


Poco espacio para lo convencional encontrará quien se acerque al Festival Internacional de Cine de Gijón, un certamen con sello propio cuya programación y su público mantienen vivo su compromiso insobornable con el cine más contrario a la norma. Nada que objetar ante el nivel ofrecido por el conjunto de películas que se han mostrado en esta cuadragésimo séptima edición, con una más que digna sección oficial y mucho cine bueno en los diferentes ciclos paralelos. La ganadora del Premio del Jurado fue “La Pivellina”, cinta italo-austriaca dirigida por Tizza Covi y Rainer Frimmel, que gira en torno a una mujer que encuentra a una niña en un parque de la periferia de Roma cuando está buscando a su perro, la recoge y se encariña de tal modo que acaba resultándole imposible separarse de ella. Rodada cámara en mano y fundada en la tradición neorrealista, la película se sustenta en un argumento que corre el riesgo de caer en anecdotismos sensibleros y, sin embargo, se desarrolla con fluidez a partir de la yuxtaposición de diferentes aproximaciones a lo cinematográfico. La mejor dirección recayó en la estadounidense Lynn Shelton por la estupenda Humpday, ganadora del Premio del Jurado en el pasado Festival de Sundance, una directora de esas que hacen que contar una buena historia con lo puesto parezca un juego de niños. La economía de medios con la que Shelton acomete su proyecto debe suscitar una reflexión sobre la vacuidad argumental que lastra en estos tiempos el mundo del cine. Dos amigos de la infancia se reencuentran en la treintena tras años sin verse. Sus vidas son muy distintas pero tras un rato de conversación comprueban que la amistad no se resiente. Durante una borrachera acuerdan desarrollar un “proyecto artístico” que testará su amistad y pondrá a prueba sus valores y criterios como adultos en una colosal interpretación que les ha valido a ambos el premio ex aequo al mejor actor.

Otras de las cintas favoritas del jurado han sido Welcome, la mirada crítica de Philippe Lioret a la implacable y descarnada política de inmigración impuesta por el temible Sarkozy, y la hispano-uruguaya Mal día para pescar, ópera prima de Álvaro Brechner basada en un cuento de Onetti, Jacob y el otro. Divertida e irreverente, Le roi de l’evasion, narra las correrías de un grupo de homosexuales ya talluditos. Suyo fue el premio especial del Jurado. Fuera de concurso pero muy aplaudidas fueron la estadounidense Go get some rosemary, la holandesa Can go through skin o la arriesgada y bellísima cinta japonesa Nikotoko Tou.

Pero la estrella indiscutible en esta edición ha sido Fatih Akin, autor de algunos de los trabajos más poderosos de los últimos años como Contra la pared o Al otro lado, reveladores de un modo de hacer cine que ambiciona desgranar los entresijos de algo tan complejo como es el solo hecho de vivir en este mundo nuestro de hoy. El FICX 47 ha pasado toda su obra en una retrospectiva a la que Akin mira con ciertas reservas pues considera, y nadie lo pone en duda, que aún estamos ante lo mejor que puede ofrecer como cineasta. No en vano, el buen puñado de películas en su haber son, en su opinión, una mera etapa de aprendizaje de cara a su eclosión definitiva, algo con lo que no coincide la mayoría de los aficionados a su trabajo, que ya le consideran, especialmente tras sus dos últimas cintas, uno de los máximos exponentes del cine europeo contemporáneo.

Las expectativas depositadas en Soul Kitchen, que daba el pistoletazo de salida al festival, eran inmensas pero dudo que éstas hayan sido plenamente colmadas. Es, por vez primera en una filmografía que tiene ya siete largos y un buen puñado de cortos, una comedia, y una comedia con mayúsculas. Tiene todos los ingredientes de las películas de Lubitsch o Wilder, esto es, la acción frenética que, si antes se daba a partir del movimiento trepidante de los actores, en Soul Kitchen se consigue utilizando los medios técnicos a disposición de los realizadores de hoy. La película de Akin es, como todo su cine, una oda a la ciudad, pero Soul Kitchen es ante todo, un homenaje a Hamburgo, su ciudad natal. Y lo es por la voluntad decidida de Akin de situar a la ciudad del norte del país como alternativa al monopolio que tiene Berlín sobre la práctica totalidad de la escena cultura independiente alemana.

Zinos (Adam Bousdoukos, actor griego íntimo amigo de la infancia de Fatih Akin, que ha participado en otros filmes del director) tiene un restaurante, Soul Kitchen, en el barrio de Wilhemsburg que ha conseguido un razonable éxito local. Su novia, una niña pija alemana, marchará a Shanghai a probar suerte como periodista. Toda una serie de carambolas pondrán en serio riesgo la estabilidad del restaurante y, tras un desenlace rocambolesco que pone fin a la crisis desatada por una tragedia previa (en la línea de la comedia de siempre, desde Keaton hasta el Woody Allen de Match Point pasando, efectivamente, por Wilder y Lubistch), las aguas vuelven felizmente a su cauce.

Esta no será, desde ahora, la tónica del cine futuro de Fatih Akin. El propio director comentaba que esta comedia tan sólo constituye un descanso y que no tardará en recuperar el tono épico de trabajos anteriores. Soul Kitchen, pese a tocar un palo inaudito hasta ahora, mantiene vivas las dos constantes fundamentales del cine de Akin: en primer lugar, la noción de desplazamiento, humano y cultural, que es marca de la casa del director. En segundo lugar, que no en segundo plano, la música como elemento vertebrador de narrativas. Corto y con filo, el primer largo de Akin, narra la historia de tres emigrantes, uno turco, otro griego (Bousdoukos) y otro serbio; Contra la pared y Al otro lado son continuos cruces de energía entre Alemania y Turquía, Hamburgo y Estambul. Cruzando el puente. Los sonidos de Estambul nos descubre la música tradicional turca y, al mismo tiempo se detiene ante el Büyük Londra Oteli (Gran Hotel Londres) que es, dicen, el lugar más europeo de la capital turca. El cine de Akin sitúa el desplazamiento como deriva lógica del mundo globalizado. Es ahí donde debemos encontrar la esencia de su trabajo y no en la dialéctica política turco-alemana, tan reduccionista. Soul Kitchen es el portazo definitivo a todo el politiqueo excluyente que a menudo ha rodeado su cine.

Y la música. No hay película de Fatih Akin en la que no haya música en directo. Para el realizador, la música es un instrumento de comunicación mucho más útil que el cine y con mayor capacidad para transgredir fronteras. Son sus filmes verdaderos híbridos de música tradicional y últimas tendencias y son esos híbridos vehículo indispensable de tramas argumentales y elementos descriptivos. Akin viene practicando su faceta de DJ (bajo el nombre DJ Superdjango) y ha participado en numerosos festivales. Su cine, y Soul Kitchen en particular, son playlists en sí mismos.

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