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Al este de la avenida de las Torres hay por lo menos unas treinta maquiladoras. Alrededor, miles de viviendas se replican unas a otras en una explanada que se extiende hasta el río, la frontera física, política y mental con el vecino norteño. Las unidades de viviendas son modestas y forman cuadrícula como los pisos de Carl André. Dan pistas de vidas pautadas y marcadas por la rutina del trabajador fabril. Una de esas casas, en calle Puerto de Palos, fue comprada y demolida. Tirada abajo poco a poco, los obreros la devolvieron al polvo original. Aquel polvo de huesos y escombros fue puesto en circulación por el circuito de las salas de arte. Teresa Margolles lo valoró como La promesa (2012).
El Centro de Arte 2 de Mayo de Móstoles inauguró el pasado 17 de febrero Testigo, una muestra del trabajo que la mexicana Teresa Margolles ha realizado los últimos años en Ciudad Juárez. La exposición está curada por María Inés Rodríguez, e invita a adoptar una mirada de la violencia en el norte mexicano que en principio parece más distante e inocua que su trabajo anterior.
En un arriesgado recorrido circular de un sólo sentido, comenzamos viendo el árbol Testigo (2013), acribillado de balas. Más adelante, las 313 copias de las portadas del diario PM (2010) tapizan las paredes de titulares sobre los cuerpos de los muertos y las mujeres, generando una escenografía de texto y silicona. Resaltan el cambio de valor que la muerte y los cuerpos experimentan al ser transferidos entre medios distintos. Un pasillo a oscuras amenizado con los Sonidos de la muerte (2008) desemboca en la vista frontal a Esta finca no será demolida (2009-2013). ¿Cómo salimos? (2010) y Entorno a la pérdida (2010-2013) nos interpelan a la cara, activando en el acto nuestra pregunta por la distancia entre la artista y su objeto de observación. ¿La ciudad? ¿La violencia? ¿Las muertes? Terminamos con La promesa, ese muro hecho con la molienda de los escombros, traído desde otras salas de exposiciones, y al que se supone hemos de acercarnos y rascar con la palma de las manos.
La vida del habitante de Juárez está, en efecto, pautada y marcada por el ritmo de la cadena de producción. El uno de enero hizo veinte años de la entrada en vigor de NAFTA, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Las sombras del tratado no son las de la selva. La violencia que abriga la libre circulación de bienes reside en el muro entre clases que erige. Hasta el 25 de mayo se puede ver la exposición.
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