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Desde hace algunos años apunto en varias direcciones a través de un tema que me seduce, el de la conciencia material. La conciencia material es el modo que Richard Sennet utiliza, en su archicitado El artesano, para referirse al modo en que, desde los orígenes de la civilización clásica, el artesanado ha conseguido sobreponerse al desprecio y el maltrato por medio de la creencia en su trabajo y la implicación personal con sus materiales.
Añade Sennet la siguiente pregunta: ¿Es nuestra conciencia de las cosas independiente de las cosas mismas? y sentencia: Mejor que perderse en este bosque filosófico sería centrarse en lo que hace interesante a un objeto. Este es el campo de conciencia propio del artesano; todos sus esfuerzos por lograr un trabajo de buena calidad dependen de su curiosidad por el material que tiene entre las manos.
Desde la primera vez que leí esas palabras de Sennet, empecé a preguntarme dónde se sitúa la conciencia material de la actividad artística, incluso de esa que cree situarse en un lugar antagónico a la actividad artesanal. Desde entonces han ido surgiendo diferentes oportunidades para trabajar en curadurías que me han permitido reflexionar acerca de esta cuestión, de la necesidad de mostrar cierta curiosidad por lo que tenemos entre manos, y que sea esa curiosidad la que nos permita enriquecer el resultado de aquello que hagamos, sea lo que sea.
En octubre de 2018 A*desk me invitó a operar como editor durante un mes a lo largo de 2019, propuesta que acepté pero que por diferentes motivos hemos ido posponiendo hasta que finalmente ha tenido lugar ahora, en diciembre de 2020. Reviso mi respuesta inicial y, aunque en un principio mi intención era dedicar el mes a analizar el peso y la vigencia de cuatro experiencias que tuvieron lugar en Galicia y en su extenso exilio a lo largo del siglo XX, algo que finalmente no he respetado, celebro no obstante que en esencia la idea central se haya mantenido.
De Galicia sin embargo se ha quedado un caso que, aunque desconocido para muchas, representa un hito sin par en el Estado Español. Por eso, tras recordar el texto Museo Carlos Maside. O relato da outra historia que Agar Ledo había publicado en 2016 en la revista Grial, le lancé la invitación para traducir y reducir en medida de lo posible su extensión. El Museo Carlos Maside, junto con los proyectos de reactivación de la industria cerámica de Sargadelos, la creación del Laboratorio de Formas de Galicia, la editorial Ediciós do Castro, el Laboratorio Xeolóxico de Laxe o el Instituto Galego de Información fueron algunas de las iniciativas culturales más importantes y necesarias que tendrían lugar en Galicia, en un escenario barrido por la dictadura y por una guerra –no de trincheras, pero sí de casi tres décadas de resistencia activa en los montes.
Acompañando esta investigación, decidí proponer sendas conversaciones a Gareth Kennedy y Claudia Fernández, dos artistas cuya línea de trabajo transita no sólo por un obvio interés por los procesos y las comunidades artesanas de sus respectivos países, Irlanda y México, sino también por una visión colectiva que ha ido tomando forma en algunos de los proyectos que han desarrollado a lo largo de las dos últimas décadas. Los de Fernández armados de una fuerte implicación social que la ha puesto en contacto con las desigualdades más flagrantes de su país, y por extensión de la realidad Latinoamericana; y los de Kennedy basados en una revisión casi teatral de los procesos artesanales y comunales que han ido diluyéndose en un escenario socioeconómico tan particular como lo ha sido en las últimas décadas el irlandés.
Como colofón, el artista Xavier Arenós asumió un encargo inicialmente lanzado a la también artista Teresa Lanceta, compañera de Arenós durante años en el equipo docente de La Escola Massana (Barcelona). El encargo partía de unas estanterías que Alberto Sánchez habría diseñado y construido para mostrar la cerámica en la exposición de arte popular que se incluyó en el Pabellón de la República de la Exposición Internacional de París en 1937. Los motivos eran claros, analizar en aquel acto simbólico el papel del arte en relación a lo artesanal y reivindicar un poco más la labor de Alberto como figura clave y aglutinante en aquel proceso. Si Lanceta, quien por falta de tiempo hubo de recusar finalmente la invitación, no había tenido hasta aquel entonces noticia de las estanterías de Alberto, Arenós ya las tenía sobre la mesa desde hacía tiempo, y bastó esta propuesta para que asumiese el encargo que él mismo se ha ocupado de ilustrar.
Llegados a este punto cabría preguntarse qué tienen en común la creación de un museo del exilio artístico en una aldea gallega; los proyectos sociales y medioambientales de una artista mexicana; la pesquisa de un artista irlandés en torno a los conceptos de tradición y ficción en comunidades rurales; o las estanterías que un artista elaboró en 1937 en París, con la finalidad de ser ocupadas por piezas de artesanía. Volviendo a las palabras de Sennet, todas estas experiencias, lejos de un hipotético interés por perfeccionar alguna técnica, nacen de un afán por investigar y mantener esa curiosidad por lo que se tiene entre manos. La conciencia material pretende cobrar aquí un sentido más amplio, despegándose de ese terreno al que Sennet la limita y buscando indagar en múltiples direcciones sus posibles campos de acción, apelando por supuesto a una cuestión afectiva que opere como motor de esa búsqueda.
(Imagen destacada: “Luis Seoane e Isaac Díaz Pardo en O Castro, con las máscaras diseñadas por el primero para la obra “Castelao e a súa época” del dramaturgo Ricard Salvat. Cortesía Fundación Luis Seoane)
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