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Albert Serra el formalista

Magazine

17 febrero 2014
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Albert Serra el formalista

Por una cuestión de extensión me limitaré aquí a la película de Albert Serra, Història de la meva mort, y no a su casi siempre controvertida figura pública. Las advertencias que el propio Serra ha lanzado sobre su filme se confirman todas. Su singularidad queda fuera de toda duda. En un coloquio reciente en San Sebastián posterior al visionado utilizó en una ocasión el término “formalista”, aunque no de manera muy intencional. Albert Serra es un formalista de altos vuelos. Explicaré qué se entiende por esto.

El problema del formalismo en arte y literatura (o en cine) atraviesa toda la estética del siglo XX. Su sentido, según se utilice, pasa de ser el simple adjetivo descriptivo de un tendencia estética histórica (digamos formalizante, y que sale de un análisis del lenguaje como materia prima), a ser directamente una acusación peyorativa (la búsqueda vacía de la forma a expensas del contenido y demás retórica). La complejidad del formalismo, especialmente su significado a partir de la polarización de estéticas y posiciones ideológicas durante la Guerra Fría, llevó los términos “formalista” y “formalismo” a no pocos malentendidos y callejones sin salida. Simplificando mucho, podríamos decir que existe un formalismo «bueno» y otro «malo». El cine de Serra pertenece al primero.

Roland Barthes comentó una vez (en Mitologías) que “si la crítica histórica no se hubiera sentido tan aterrorizada por el fantasma del ‘formalismo’, tal vez habría sido menos estéril; habría comprendido que el estudio específico de las formas no contradice en absoluto los principios necesarios de la totalidad y de la historia”. Añadía Barthes que cuando un sistema es más específicamente definido en sus formas, más dócil se muestra a la crítica histórica. Y acababa su reflexión con una de sus sutiles dobleces: “Parodiando un dicho conocido, diré que un poco de formalismo aleja de la historia; mucho, acerca”. Esta última frase parecería apropiada para esta manera de hacer cine, donde el énfasis depositado en los aspectos formales genera un naturalismo que lejos de parecer forzado parece transmitir una imagen del pasado sensible y creíble o, si queremos utilizar una palabra maldita, “verdadera”.

Pero ocurre que lo interesante de Història de la meva mort (y el resto de su cine) está en que esta imagen del pasado es completamente mítica, irreal, ficcional. El encuentro entre Casanova y Drácula es tan absurda como surrealista. Pero lo que las imágenes, las palabras y el sonido transmiten no puede en ningún caso ser pasado por alto. El compromiso de Serra está con y en la ficción. Ese es su territorio. Ése, y también el trabajo con los no actores, el rodaje; el cine como invención de realidad. Todo formalista que se precie comienza imponiéndose una reglas muy estrictas que no abandona jamás. Ser fiel a sí mismo, pero en ocasiones flexible también. Otro rasgo: operar dialécticamente entre la totalidad y las partes. Prestar atención al detalle y partir del detalle desechando las consideraciones morales que el contenido siempre impone: la trama, la idea original, el guión y nosecuantas otras reglas de la industria de hacer películas.

Posiblemente no habrá ahora mismo en el mundo otro cineasta que hable más de cómo su cine está hecho, que hable de la técnica, de los aspectos formales que Serra. Parece más un artista que un cineasta. Pero al igual que todos los forerunners del arte, la técnica per se solo importa como medio para conseguir unos efectos u objetivos. En todo artista verdadero la transgresión por la transgresión no existe. Las reglas se rompen para algo. El método de trabajo y sobre todo la complicada técnica de montaje de Serra le sitúan como un formalista que pasa por frívolo, aunque él sabe muy bien lo que hace.

En el curso de una entrevista en la revista Cinema Scope, Serra hablaba en su tono habitual de que su última película es “unfuckable” para la crítica. Quería decir que o lo coges por completo o lo dejas del mismo modo. Argumentaba el método empleado en donde la realidad de la película existe únicamente en y para la pantalla, como una realidad autónoma que no puede cotejarse sino en la fantasía del espectador, y no en esas clásicas disquisiciones de la crítica de cine convencional entre el concepto y los resultados; ya se sabe, concepto, guión, interpretación, argumento, trama, etc. Albert Serra alude a una noción de totalidad que es, éste sí, otro rasgo formalista. En esa totalidad caben infinitos momentos de deleite, ironía, armonía y también enorme belleza. O lo abrazas, o lo rechazas. Yo ya he decidido.

Peio Aguirre escribe sobre arte, cine, música, teoría, arquitectura o política, entre otros temas. Los géneros que trabaja son el ensayo y el metacomentario, un espacio híbrido que funde las disciplinas en un nivel superior de interpretación. También comisaría (ocasionalmente) y desempeña otras tareas. Escribe en el blog “Crítica y metacomentario”.

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