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Art : Ir al Museo sin amor

Magazine

21 noviembre 2013
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Art : Ir al Museo sin amor


Ir al museo sin amor, con la misma desazón con la que se va a votar a los que te parecen menos malos. Ir al museo o ir a votar, dos actividades domingueras, que se me antojan como el último acto de autoengaño, de simular que sirve de algo ejercer el derecho a participar en la toma de decisiones o en el domino público.

De Art dos punts sólo tenía alguna información previa a través de la web; con vídeos de gente hablando por una webcam instalada en la entrada del museo, algunos comentarios escritos en el apartado de opinión y la premisa de que eran dos colecciones que siempre fueron porosas: la del MACBA y la de “La Caixa”.

He visitado la exposición cuando ya han pasado meses desde su inauguración (eso de que dure medio año te permite este tipo de dilación) y cuando ya se han escrito artículos y opinado sobre ella. Si las exposiciones son estáticas, por lo menos que la crítica mueva cosas, recuerde datos, apunte a las preguntas adecuadas (muy de acuerdo con el artículo de Cristina Garrido, por cierto).

Ya dentro del MACBA, antes que nada me indican la zona donde opinar a través de la web-cam. Prescindo de esta invitación, prefiero irme luego a casa y empezar este artículo. Hay muchos códigos QR, audioguías y objetos para jugar o tener las manos ocupadas. Son cosas de nuestra época: las manos ocupadas, la cabeza vacía. Prescindo, también, de este camelo tecnológico y entro a ver la expo a palo seco.

La colección tiene buenas obras y buenos artistas ¡Claro que sí!
Un buen repaso histórico por las vanguardias pre y post guerra; genial chafardear entre los números de ASPEN the multimedia magazine; un placer, como siempre, hitazos como Mata Clark, Martha Rosler, Art & Language o GATPAC.

Pero ver obras en un museo a veces es como ver animales en un zoo: son bonitos, pero encerrados no tienen sentido. Y eso es un poco lo que sentí con la exposición de las colecciones del Macba y “La Caixa”: no tiene razón de ser si todo permanece cerrado, sin comunicarse de fuera hacia dentro y viceversa. Nada me interpela aquí y ahora aunque sea a través del pasado. Nada arranca de la historia un triste diálogo con nuestro tiempo. Nada que tenga que ver con la vida de quienes habitan esta ciudad entra ni sale del Macba. Y eso que el museo es diáfano y transparente, arquitectónicamente hablando.

Participación no es opinión y preguntar al público sobre lo que piensan del arte contemporáneo no permite replantear contenidos, tampoco ir más allá de la obra para (re)insertarla en la-s historia-s. En el recorrido por la colección hay muchos dispositivos para interactuar virtualmente, streaming y cosas en tiempo real, también realidad aumentada, pero nuestro tiempo permite y necesita la interpelación directa.

Salir por una webcam diciendo lo que a cada cual le parezca solo genera opinión, no criterio ni crítica. Y la gente, en general, piensa dos cosas del arte contemporáneo, ambas extremas: o que es una mierda y una estafa o que es muy bonito e interesante. Así que utilizo parte del eslogan de comunicación de Art dos punts, como pregunta final: Barcelona vive el arte contemporáneo, pero ¿el arte contemporáneo vive en Barcelona?

Irina Mutt sigue citando a Annie Sprinkle.

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