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En A*DESK tenemos pocos principios. Y esos pocos principios en los que creemos son muy básicos. Creemos en la capacidad transformadora y crítica de los individuos. Creemos en una cultura libre que traspasa fronteras. Y nos gusta recordar aquel lema dadaísta que proponía cagarse en colores en las banderas de todos los consulados.
Más allá de los principios, no nos gusta pecar de un exceso de ingenuidad. Tampoco creemos que los procesos culturales estén al margen de las realidades sociales y políticas. Dicho de otra forma, si la práctica artística y cultural tiene algún sentido es consiguiendo sacarla de su ensimismamiento. Un ensimismamiento que en muchas ocasiones es auto-protector, que a pesar de los discursos bienintencionados social y políticamente busca un buen refugio en el que quedar a recaudo. Y es un ensimismamiento que oculta complicidad con las dinámicas del mercado en el tardocapitalismo y con las políticas que rigen el actual neoconservadurismo. Por ello a veces nos da por querer pensar desde la cultura y el arte algunos procesos políticos y sociales concretos, actuales, que afectan a nuestras vidas de manera explícita o que podemos sentir en medios de comunicación y frente a los que la cultura parece enmudecida. Es el caso del proceso social y político que se ha abierto en el último año de manera explícita en Catalunya. Un proceso que pone en tensión la voluntad de independencia, de soberanía, el federalismo o la continuidad del estatus quo actual. En cualquier caso, un proceso que discute y cuestiona las relaciones entre Catalunya y España.
Frente a esta coyuntura siempre escuchamos las mismas voces. Voces desde la política y el periodismo. Voces que alertan sobre la economía pero poco o nada atienden a la cultura. Cuando esta aparece es en términos estrictamente identitarios y cuasi folclóricos.
Sin embargo, no podemos olvidar que las producciones culturales y artísticas se dan más allá de una urna de cristal ensimismada y más allá de un limbo de internacionalidad. Aparecen y se desarrollan bajo un paradigma lleno de vectores que interfieren. Por un lado estrictamente administrativos: programas de promoción exterior; relaciones entre comunidades autónomas y gobierno central; ayudas, becas, subvenciones… Y por otro, aspectos contextuales: relaciones entre diversos agentes que configuran un contexto que a veces se dice que es español, otras catalán pero que muchas veces es más bien de Madrid, Barcelona o Bilbao y hecho en base a relaciones entre individuos.
Así que lo que nos hemos propuesto es recabar la opinión y los puntos de vista sobre Catalunya, la catalanidad, el nacionalismo y nacionalismos, la política y producción cultural y artística de algunos intelectuales, críticos o comisarios que de una manera u otra han ligado sus prácticas al arte contemporáneo y que como sujetos políticos también se ven afectados por el proceso abierto desde hace un año. Pero no ha sido fácil. Frente al entusiasmo marcado por las cifras de participación en manifestaciones a favor del derecho a decidir o de la independencia, parece cundir cierto desánimo, cansancio o agotamiento en la comunidad artística, quizá la conciencia de que todo quedará o ya ha quedado reducido a banderas y caca. De ahí la propuesta de un Anti-anticatalanismo paralelo a aquel anti-anticomunismo que plantaba Sartre de Oriol Fontdevila; las evaluaciones sobre el carácter simbólico casi en sintonía con aquel «Catalanes, os pierde la estética» que recuerda Martí Manen; la necesidad de una revisión crítica de la cultura artística catalana que propone Joan M. Minguet o, en un marco de análisis ampliado desde el País Vasco, Peio Aguirre; el repaso por algunas producciones artísticas que han tomado como asunto la cuestión de la identidad y el nacionalismo que hacen Juan Canela y Eloy Fernández Porta; y finalmente la conciencia de una derrota política o la puesta en práctica de un pensamiento anti-anti de Martí Peran.
En este contexto, la liebre muerta de Joseph Beuys, a la que aludimos con el título de este número, bien podría ser la propia Catalunya, obviamente España, sin duda la política institucional, claramente el contexto económico global y efectivamente el propio arte sordo y mudo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)