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El MoMA de Nueva York habla esta primavera de la historia de Japón.
En el último piso del museo se podía visitar hasta el 10 de febrero Tokyo 1955–1970: A New Avant-Garde, anunciada como la muestra blockbuster de la temporada y estratégicamente colocada, pared con pared, junto a otra nueva revisión historicista de la abstracción americana moderna. La exposición intentaba trazar líneas paralelas con el desarrollo de las vanguardias en Occidente incluyendo hitos del arte y la gráfica japoneses del siglo XX. Quería ofrecer al visitante una generosa panorámica de cómo la plástica se hizo eco del renacer que experimentó el país asiático tras el golpe de Hiroshima. Sin embargo, cojeaba en dos puntos. En primer lugar, se utilizaban los desarrollos europeos y norteamericanos como referencia para medir en la evolución de la plástica japonesa los cambios que sufrió el país, fomentando sin censura una lectura eurocéntrica de la modernidad nipona que una no esperaría de una institución como el MoMA a estas alturas. Además, la sobrecarga de obras de artistas, escuelas, y décadas dispares en las tres salas que ocupaba no permitía siquiera darle una oportunidad a la intención de los comisarios. Había piezas de creadores tan distintos entre sí como el Grupo Ongaku, el ilustrador Awazu Kiyoshi o el arquitecto Isozaki Arata. Mostrar cómo tras la Segunda Guerra Mundial Tokyo crece como capital cultural del Pacífico norte hasta convertirse en el centro de referencia que es hoy no se transmite. Por el contrario, se ofrecen las obras al público como versiones en japonés de hitos occidentales con las que éste ya está familiarizado.
Pero después de salir de la sala, con el amargo temor de que el MoMA no pudiera presentar de mejor modo la transformación de Japón a lo largo del XX, una baja a la segunda planta y se calma. Escondido detrás de las salas de otra exposición está el espacio que la institución ha reservado para el trabajo de Meiro Koizumi (Gunma, Japón, 1976), el artista que ocupa hasta el 6 de mayo la programación de la Project Series del museo. En la primera mitad de este espacio, en dos pantallas enfrentadas, se ven los vídeos Human Opera XXX (2007) y My Voice Would Reach You (2009). La primera, grabada en su estudio de Ámsterdam, nos muestra un hombre contando su historia personal de pérdidas; sentado, compungido, a oscuras, en un banco. El artista maquillado interrumpe su relato cada vez que éste nombra un nuevo personaje de la tragedia. La segunda obra, realizada en Japón, presenta un hombre roto por la pérdida de su madre. El protagonista habla con operadores de líneas de atención al cliente, dialogando con ellos como si fueran ella y dando lugar a conversaciones dislocadas en las que ninguna de las partes puede colgar. Con este trabajo el artista tensa la característica cordialidad japonesa enfrentándola con el drama de la soledad del urbanita. Por último, cruzando la puerta al final de esta sala se entra a la video instalación Defect in Vision (2011). Un trabajo sobre la ceguera y la historia. Una pareja de mediana edad conversa sobre la guerra. El marido, piloto kamikaze, abandona el comedor para ir a trabajar. La esposa, que no quiere ver qué ocurre, sigue hablando en plural y en futuro. El diálogo se repite varias veces, con ligeras variaciones, sobre planos distintos de la misma situación. La pantalla cuelga en el centro de la sala. Del otro lado hay otra pantalla donde se ve a la mujer reactuando sola partes de la primera escena. Para ambos personajes el artista contrató actores invidentes.
El cineasta Yasuzo Masumura explicaba el sentido de lo sentimental en el cine clásico japonés como una mezcla de contención, armonía, resignación, pena, derrota y escape. Lo contraponía a un sentimentalismo clásico propio del melodrama Hollywoodiense marcado por los conflictos, la lucha, el placer y la búsqueda de la victoria. Con ambas actitudes cuenta estos días el museo la historia reciente de Japón.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)