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Hacia otro arte político

Magazine

14 marzo 2014
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Hacia otro arte político


Resulta cotidiano descubrir que el concepto de democracia ha sido objeto de continuas críticas y desplazamientos, propiciando su cuestionamiento desde la reflexión del arte actual. Si el arte en nuestras sociedades aparece como una suerte de espacio minoritario y elitista, lo cierto es que habrá que considerar qué tiene que decir a la hora de presentarse como una reflexión que señale hacia las paradojas propias del capitalismo. Benjamin y Adorno consideraron que el arte podía mostrar ese aspecto de actualidad que viene a significar la expresión latina hic et nunc (Aquí y ahora). Este es el caso de la exposición itinerante, presentada ahora en TEMP en Nueva York, después de su paso inicial en LOOP, como símbolo del capitalismo más agitado. Como afirma su comisaria Imma Prieto, se trata de una exposición videográfica cuyo centro se articula en una cierta resistencia propiciada por una reflexión sobre la situación crítica de la política actual.

La exposición se constituye alrededor de tres conceptos que caracterizan la situación del arte en la sociedad: la crisis global del presente, el espacio de la comunidad a un nivel individual y el estado de la democracia ante sus contradicciones. Aparece también un componente metafórico que señala hacia una deconstrucción de términos políticos como nacionalismo, estado, control o economía. Este carácter de modernidad, en el sentido de venir a hablar desde el presente y la actualidad, otorga también su espacio a la posición del espectador como ciudadano y viceversa.

Como el arte puede meditar conceptualmente sobre el presente, podemos comprender que sea también un modo de hacer polis, participando de ese carácter incoherente visible en una democracia viva y activa; que muestre espacios de hospitalidad y de resistencia. Un arte realista que sea también la oportunidad de incidir en algunos aspectos que nos hagan pensar acerca de lo que puede ser una verdadera democracia efectiva.

Que el arte actual especule alrededor de su posición como herramienta de reflexión política, significa que ha abandonado un posicionamiento desde la consigna. Si como decía Godard, el arte ha de hacerse políticamente, lo cierto es que tras esa voluntad que lleva a creer que la democracia es el mejor de los mundos posibles, habita también un cierto escepticismo ante casos específicos como la inmigración, el coste de una vida hipotecada o la extrañeza que supone sabernos en el seno de un gobierno de las multinacionales.

Si el trabajo de los artistas seleccionado abandona el posicionamiento ideológico para situarse en una posición crítica deslocalizada, el hecho de que aparezcan los mismos problemas en distintos sitios, muestra que puede haber un arte que trate a la política como una fuerza viva, donde ya no se trate al público como un simple espectador, sino requiriendo su participación.
Por otro lado, cabría preguntarse hacia qué ha de resistirse artísticamente desde la actualidad. ¿Qué se opone al espacio del arte en la sociedad? ¿Su inocua presencia como elemento de reflexión? Lo que ha de plantear un cierto arte político es su desligamiento de lo espectacular y adocenado, para atender a las cuestiones que han terminado convirtiendo un cierto estado de cosas democráticas como el arte en algo más que objetos destinados a su comercialización como objetos de lujo. Si ya no puede permanecer ajeno al mismo lugar social donde aparece, tiene la oportunidad de hacernos conocedores de la realidad en donde vivimos, desde una perspectiva reflexiva y abierta.

José Luis Corazón Ardura está empeñado en una cierta poética de la destrucción como signo de la modernidad. Una escritura que desarrolla a medio camino entre la estética y la literatura, esto es, en la ausencia propia del arte.

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