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Jay-Z gana a Marina Abramovic: entrevista a Richard Mèmeteau

Magazine

02 marzo 2015
Tema del Mes: El mes sonoroEditor/a Residente: A*DESK
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Jay-Z gana a Marina Abramovic: entrevista a Richard Mèmeteau


Puede parecer que los mecanismos de funcionamiento del arte contemporáneo y los de la cultura popular no estén tan alejados unos de otros, a juzgar por las numerosas exposiciones dedicadas a movimientos musicales y culturales en museos y centros de arte que hemos podido ver desde hace unos años que así lo presentan. Pero ¿qué hay de cierto en esta afirmación? De éste y otros temas hablamos con Richard Mèmeteau, profesor de filosofía, geek redomado y estudioso de la cultura pop (que no popular).

En tu libro “Pop Culture. Réflexions sur les industries du rêve et l’invention des identités” (La Découverte, Paris, 2014) – Cultura pop. Reflexiones sobre las industrias del sueño y la invención de identidades – haces la distinción entre cultura pop y subcultura (o contracultura). Cuáles son las principales diferencias?

La diferencia principal es que la contracultura rechaza toda apropiación por parte de un poder hegemónico, mientras que la cultura pop está perfectamente de acuerdo con la idea de ser reapropiada. Foucault dijo en una entrevista que si un discurso es reapropiable no es porque sea corrompible, sino porque están en juego cuestiones de poder e influencia.
Antes de existir la cultura punk, la principal estrategia de las minorías culturales era resistir al poder mediante un lenguaje, una música y un arte propios –una cultura totalmente exótica para el público mainstream. Con el movimiento punk nace una nueva estrategia, mucho más pop que la vanguardia subversiva precedente, que se apropia de elementos conocidos por la cultura hegemónica y los reviste de una cierta Unheimlichkeit[[Extrañamiento, incomodidad]]. Eso es muy chocante para la gente en el momento, porque es como mirarse al espejo y ver un reflejo familiar convertido en monstruo. El punk y las películas de terror han sabido incluir al enemigo. La diferencia no está pues en la elección de los elementos de la cultura propiamente, sino en el “estilo” de los elementos, como diría Dick Hebdige. En cierta manera, este “estilo” es lo mismo que la ironía o lo “camp” –una estética principalmente gay, definida como “el arte de la equivocidad” por Susan Sontag. Repite lo que uno ya sabe pero con una intención que no puede entenderse completamente si no se forma parte de ello.

Lo que describes es una práctica común en el arte conceptual desde hace años, lo que podríamos llamar “détournement”. Como explica Greil Marcus en «Rastros de carmín», fue también uno de los principales medios de expresión del punk. En ambos casos, el détournement se usa como arma política. Dirías que la cultura pop usa el détournement de la misma manera que lo hace el arte contemporáneo (pero para una audiencia mayor)?

El arte contemporáneo, aún si artistas como Jeff Koons dicen que hacen lo mismo que la cultura pop (difundir su visión al mayor público posible convirtiéndose en súper-estrellas), es prácticamente la cosa menos pop que puede existir. El arte no es popular desde el arte contemporáneo. Me choca con las recientes controversias en Francia alrededor del anal plug de Paul McCarthy o del Cristo que mea de Andrés Serrano. La reacción del público fue tan sarcástica como el propio gesto del artista. Si el arte es ironía y postura, entonces su propia destrucción deviene insignificante lógicamente. Lo que debería haber pasado si el arte contemporáneo fuera pop es que sus propios fans lo hubieran defendido. El arte contemporáneo no tiene fans, tiene compradores, mercado, mientras que la idea de la cultura pop es convertir el dinero y el mercado en un signo de apoyo y compromiso.
En cierta manera, el détournement en arte contemporáneo se opera para nadie, sin personas o grupos que lo sostengan. La cultura pop da esa reapropiación a alguien. Esta cuestión resalta el proceso por el cual el arte busca un nuevo público en la calle o de una forma más directa.

Especialmente en el caso de la música pop, ya que todos los artistas de que hablas en tu libro (Bowie, Madonna, Lady Gaga) adoptan y se apropian de estrategias vistas antes en el contexto del arte, ¿dirías que la incorporación de estas ideas en la música pop las hace más fuertes o, al contrario, diluye su significación en favor del espectáculo?

El proceso de apropiación no es tan simple como pensábamos en el periodo postmoderno. Si nos fijamos, el postmodernismo se podría reducir a una forma de decir que está bien robar a cualquiera entre los artistas dominantes. Este periodo se tendría que describir como un periodo entusiasta en el que se descubre un nuevo principio de creación, muy económico en cierta manera, en el que pequeñas diferencias pueden ser descritas como diferencias importantes. En la cultura pop, cuando versionas una canción, si repites la canción tal cual, es aburridísimo. En arte, puedes ponerle un lazo a un cuadro que parezca de Bidget Riley, como hizo Philip Taafe en los 80, y parecer postmoderno y trendy.

Hoy en día las cosas son más complicadas porque los grupos sociales implicados ya no son mudos, no puedes robarle a nadie. Lo que hace significativa la apropiación ahora son dos cosas: primero, tienes que reapropiarte de cosas que eran tuyas y que te fueron robadas. Por ejemplo, si eres mujer o pobre, negro o gay, puedes recuperar la imagen que la cultura hegemónica ha hecho de ti. Segundo, tienes que reinterpretar los elementos de la cultura de una manera especial y propia, lo que Deleuze llama el “devenir-minoritaire”.En el primer caso, esta demanda hace a la música pop más política. Pero en el segundo caso, el énfasis recae sobre la persona. La frontera es fina entre el significado político y el mero narcisismo. ¿Pero no ha sido siempre este el caso en el arte?

Lo que permite clarificar la situación es la habilidad de un grupo al identificarse con el artista en cuestión. Por ejemplo, podemos juzgar el feminismo de Beyoncé como pobre en significado en el mainstream. Incluso podríamos decir que la misma Beyoncé no parece convertir el feminismo en algo propio. Pero lo más importante es como la comunidad negra puede sentirse afectada por el discurso del escritor negro Chimamanda Ngozi Adichie. Siempre y cuando tu propia persona tenga una dimensión popular, puedes convertir diferentes elementos en algo poderoso. Podemos fácilmente estar de acuerdo si decimos que conseguir esa dimensión es un camino largo y duro, lleno de impedimentos y estrategias maquiavélicas.

¿Dirías que la incorporación de la cultura pop y la subcultura a otras esferas de la cultura (no me gusta el término, pero lo que solemos llamar “alta cultura”) a través de la organización de exposiciones sobre punk, gabber, comic, psicodelia… en museos y centros culturales es un intento, por parte de estas instituciones, de recuperar su poder de influencia o, al contrario, haciendo tal cosa y analizando sus estrategias de influencia, en realidad desactivan el poder de la cultura pop?

En cuanto a la cultura pop, creo que su dirección natural es devenir mainstream. Mira el videoclip de Jay-Z en el que aparece delante de Marina Abramovic, en “Picasso Baby”. Por primera vez un rapero pide ser juzgado según los criterios del arte moderno y no por la credibilidad de la calle. «I’m the new Jean Michel surrounded by Warhols» (soy el nuevo Jean Michel [Basquiat] rodeado de Warhols), como él mismo dice. En cierto sentido, es la perfecta institucionalización del hip hop y la perfecta popificación del museo. Pero algo se ha perdido en esta translación, los criterios del arte y del pop han cambiado en respuesta a ello, lógicamente. Sería naif pensar que cada uno puede volver a casa sin haberse transformado.

El filósofo Charles Taylor explica que no puedes esperar encontrarte con alguien de otra cultura sin fundir tus propios valores con los suyos. En consecuencia, tienes que elaborar nuevos criterios de juicio de forma conjunta. Ocurre lo mismo con la cultura pop y la llamada “alta cultura”. Por ejemplo, si Lady Gaga se pusiera al mismo nivel que Kurt Weil, sería juzgada por sus composiciones. Y no está claro si saldría mejor parada. Pero cuando los dibujos de Hayao Miyazaki se convierten en material para una exposición, descubrimos una complejidad que muchos directores serios no pueden reclamar para sí mismos. La posibilidad de establecer un criterio propio es la verdadera capacidad de subversión.

En cierta manera, es una cuestión política, o estratégica: ¿cuál es el riesgo de hacer tal cosa? ¿El fin justifica los medios? No todos los museos o artistas pop pueden arriesgar con esta mezcla de criterios estéticos. Solo algunos son suficientemente listos para sobrevivir al cruce. Algunos probablemente deberían evitar confrontarse a la alta y la baja cultura, porque su propio arte no sería apreciado en el campo contrario. Me sabe mal que Marina Abramovic no lo haya entendido. Casi cualquier artista pop o drag-queen puede mirarte a los ojos con el mismo carisma y la misma cara espeluznante que ella. Jay-Z gana.

Glòria Guso es historiadora del arte e investigadora en ciencias sociales. Es de la periferia de Barcelona pero vive en París y su segunda casa es Alemania. Para su tesis doctoral en sociología estudia la movilidad internacional de los profesionales de las artes visuales. Escribe, coordina, edita, documenta y critica.

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