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Liquidity Inc.

Magazine

18 noviembre 2019
Tema del Mes: Internacionalización

Liquidity Inc.

En tiempos de hiperconexión, es a través del movimiento que calculamos la buena salud del mundo del arte: cuanto más circula, mayor es su impacto. Viaja, se desmonta e instala, se vende y se vuelve a comprar, y se representa y presenta para un público internacional vestido con un atuendo elegante y desenfadado. Como tal, también podría definirse por su rentabilidad y eficiencia. En este caso, contados en cantidades de visitantes, cifras en subastas, o en número de bienales comisariadas. Liquidez parece ser un término pegadizo que se ha puesto al día en el mundo del arte (Hito Steyerl ya nos advirtió). Las bienales son formatos itinerantes, los artistas son nómadas, las ferias de arte son transcontinentales, las exposiciones de éxito de taquilla viajan constantemente – el arte es tan fluido como nunca. La financiación está impregnando la vida social, llegando a nociones de confianza, gobierno o legalidad. Como resultado, el valor de mercado regula el código de evaluación universal y, recíprocamente, la internacionalización se ha convertido en un indicador de valor. Sin embargo, si este tipo de transitoriedad denota riqueza económica, ¿resistencia implica inevitablemente precariedad?

El arte tiene una relación complicada con el dinero, a menudo trabajando a través de conceptos elusivos como el valor inmaterial, las materialidades alternativas o las utopías; mientras que las instituciones artísticas viven en bucles de crítica (auto)institucional y auto-aplaudida complacencia. Sin embargo, su poder simbólico es innegable. En los últimos veinte años, los temas de justicia social, diversidad e igualdad se han movido desde las afueras de su máquina de pensamiento hasta el centro. Con ello, han asumido el papel de agentes de cambio social progresivo, y se han convertido en foros públicos respetados para el encuentro y la negociación de cuestiones sociales controvertidas. En el momento de escribir este artículo, el Guggenheim y el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, la Tate y la London Library del Reino Unido y el Louvre de Europa han rechazado las importantes donaciones de la familia Sackler, que fabrica y se beneficia enormemente del analgésico OxyContin, cuyo uso ha desencadenado la actual crisis de opiáceos en Estados Unidos. Estas organizaciones son paradigmas emblemáticos del mencionado flujo de extracción de riqueza y, sin embargo, promulgan su carácter de protectoras de la justicia social, pero lo hacen de una manera que sólo viene a reforzar el circuito del valor nominal: a través del dinero (o, en este caso, el rechazo del mismo). Como resultado, la prensa internacional se hace eco de este gran gesto, sin preguntarse por qué el Reino Unido y las instituciones de la UE muestran categóricamente su rechazo cuando el analgésico ni siquiera se vende en sus países; o por qué siguen recibiendo dinero de la compañía petrolera, como hace Tate de BP; o por qué el papel de la artista Nan Goldin al frente de las manifestaciones en el marco del colectivo P.A.I.N. (Prescription Addiction Intervention Now) se sigue olvidando. Si el simbolismo sólo se relega al dinero, ¿cómo podemos pensar a través del arte en la creación de mundos alternativos, nuevas formas de expresión y nuevas utopías? ¿Puede una institución con su poder simbólico inherente afectar la creación de valor más allá del mercado en el contexto tecno-político actual?

Es a través de la experimentación y el apoyo a quienes la realizan que las instituciones artísticas se vuelven valiosas para la sociedad a la que intentan desafiar: ofreciendo un espacio para la práctica y la reflexión, fomentando colaboraciones, dejando que otros asuman el control, ensayando con nuevas formas de organización para configurar nuevos espacios de vida. bell hooks afirma: «Hablar no es sólo una expresión de poder creativo; es un acto de resistencia, un gesto político que desafía la política de dominación que nos haría anónimos y sin voz. Como tal, es un acto valiente y, como tal, representa una amenaza. Responder es liberar la voz». Personalmente, me gustaría pensar que el comisariado puede entenderse también como una forma de expresar resistencia: un esfuerzo ético con una responsabilidad social hacia aquellos que no pueden alzar la voz, una forma de dar espacio y empoderar a aquellos que conforman el tejido social pero que están relegados a sus márgenes. Aunque la creación de una institución para todos es un anhelo colectivo transnacional y económicamente deseable. Si pienso en el compromiso con la experimentación, los valores radicales y la creación de mundos alternativos, tiende a nacer de conversaciones generosas a menudo servidas en pequeñas dosis. Generar valor social a través de esas máquinas en movimiento parece inalcanzable, como si estuviéramos negociando y mercantilizando su autonomía. La reflexión fundamentada y el compromiso sincero es un mecanismo precioso y difícil de capitalizar para los poderes simbólicos que dependen de la escala global del complejo tecno-económico, ya que tienden a ocurrir en formatos de pequeña escala, trabajando a través de conceptos de movimiento lento, y en instituciones locales. Son difíciles de hacer realidad, más difíciles de sacar a relucir y aún más complicadas de llevar a cabo. Hacer cumplir esas tácticas puede parecer una buena idea, pero cuando se hace sin una perspectiva atenta, a gran escala y en una producción pomposa, se siente como un endulzante artificial, como el satélite de Kabul de Documenta13, que sabía un poco a publicidad de Pepsi de Kendall Jenner. O la creciente lista de artistas que boicotean las bienales cuando ya están abiertas. Como las estructuras transnacionales tienden a transformar el pensamiento radical en píldoras sabrosas de consumo cotidiano, la agencia colectiva se reduce a las transacciones monetarias. De esta manera, la conversión del poder simbólico en capital no implica un aumento de la influencia, sino que, por el contrario, sólo es una acumulación en el vacío de comunicados de prensa internacionales no leídos. En este caso, la internacionalización se convierte en una moneda con inflación.
Quizás, a veces, buscamos grandes gestos que puedan combatir todas las injusticias del mundo de manera transnacional. Pero, tal vez, la única respuesta sea responder a las microgeografías de poder y control con sutiles acciones de cuidado, abrazando su vulnerabilidad inherente, subvirtiendo el discurso de protección y paternalismo, para transformarlo en poder simbólico. Tal vez, la creación de una institución para todos no es la respuesta, tenemos que pensar cómo hacer que los nuevos mecanismos puedan abarcar la multiplicidad de voces y formas de relación de la realidad congestionada en la que vivimos ahora. Si la internacionalización fue la clave del éxito neoliberal, tal vez la única forma de resistir sea arraigarse cada vez más y, a partir de ahí, apoyar constantemente a los artistas y curadores para que empoderen a las comunidades a través de actos de imaginación colectiva. Las prácticas artísticas que catalizan el cambio no siempre están arraigadas en los circuitos globales de poder, sino en ensayos conscientes de las libertades, que se convierten en microuniversos de emancipación y de una hermosa e ineficiente productividad artística. Pensemos en la relevancia de estas tres instituciones: Casco, en Utrecht (Países Bajos), está trabajando en un programa a largo plazo comprometido con la exploración de los bienes comunes; Aksioma, en Liubliana (SV), se concentra en la producción artística basada en las nuevas tecnologías, explorando las preocupaciones sociales, políticas, estéticas y éticas para fomentar la colaboración y los intercambios; FLORA ars+natura, en Bogotá (CO), se especializa en la relación entre el arte, la naturaleza y el cuerpo. Se basa en una formación artística que se centra en la práctica artística, la crítica y el intercambio intercultural. Aunque se encuentran en los bordes del mundo del arte, contribuyen activamente a los discursos actuales que reverberan internacionalmente. Su misión acentúa su objetivo social a través de la programación pública y el compromiso de promover la producción artística y la investigación. De esta manera, llegan a ser relevantes para sus propias geografías, ya que se involucran en la producción de las biografías individuales e historias colectivas. Como tal, esas experiencias son esclarecedoras provocaciones para el futuro.

Quizás el poder simbólico también debería considerarse líquido, y a medida que estos gestos empapan las microagresiones con un cuidadoso empoderamiento, impregnan las texturas más grandes, convirtiéndose en algo imposible de evitar. A través de la voz colectiva, uno puede infiltrar sutilmente las estructuras de la opresión transnacional con resistencias fluidas y experimentales, con nuevas formas de colectividad, nuevas apariencas para diferentes utopías. Quizás sólo necesitamos apropriarnos de esta liquidez, pero esta vez como proceso, como maniobra y medio para llegar a un fin, y no como objetivo final.

(Imagen destacada: Hito Steyerl, Liquidity Inc., 2014 (fotograma), Video monocanal HD en entorno arquitectónico, 30 minutos. Imagen cortesía de la artista y Andrew Kreps Gallery, New York).

Barbara Cueto es una periodista convertida en comisaria, convertida en investigadora y vice versa. Ella ve su práctica curatorial como un modo de investigación, una intersección entre las prácticas artísticas, la ciencia y el activismo en la que las exposiciones se convierten en espacios que transmiten nuevas lecturas de las realidades intrincadas que no podemos captar plenamente y de los futuros que aún no podemos ver.

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