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No es mi problema

Magazine

13 enero 2014
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No es mi problema


Vamos a empezar con un supuesto fantasioso: pongamos que el gobierno decreta por ley que todos los hombres entre 15 y 20 años tienen que hacerse la circuncisión. Es obvio que esto es inimaginable, por una parte, porque el país supuestamente laico en el que vivimos asume los mandatos de la iglesia católica y la fobia por el islam o el judaísmo de manera oscura e indiscutible. En segundo lugar, porque son muy pocos los casos en los que los hacedores de leyes, principalmente hombres, legislan contra ellos mismos sin bien común mediante. Es decir, pueden subirse los impuestos para que el estado tenga más recursos; ¿pero pasar por una tortura física simplemente porque es “lo correcto”? Me temo que no.

Pero sigamos jugando a lo imposible e imaginemos que esta ley se aprueba. Habría furiosas manifestaciones de protesta, y seguro que en ellas habría muchas mujeres. Desde madres acongojadas por sus hijos, novias, hermanas y amigas preocupadas, mujeres en contra de la ablación, defensoras de los derechos civiles. Se vería claramente que es una ley sin sentido, y que la opción de decidir sobre el propio cuerpo es un derecho universal que debería ser inalienable.

En cambio, con la ley del aborto se ha dado el fenómeno al que ya vamos estando acostumbradas las mujeres: el famoso “esto no tiene que ver conmigo”. Apoyo en el bar entre cañas, filípicas sobre lo cabrón que es Gallardón, que esto es peor que tiempos de Franco… muchos hombres no tienen problemas para mostrar su solidaridad y decir entre colegas que es una ley injusta. Lo que no ven es que sea injusta contra ellos. Y más curiosamente aún, les cuesta unir ideas y comprender que si su novia se queda embarazada por sorpresa o por error, ellos también van a (o deberían de) cargar con el churumbel. Un churumbel que además puede tener espina bífida. Pero lo peor es que no conciben que la ley del aborto también vulnera sus derechos como ciudadanos, porque limita el derecho a decidir sobre uno mismo; y que en todo caso, la limitación de derechos a un grupo de ciudadanos es un límite a la sociedad en general, un empobrecimiento en cualquier sistema político y social igualitario.

Tuve esta misma impresión hace muy poco visitando la exposición de las Guerrilla Girls en la Alhóndiga de Bilbao (prolongada hasta el 19 de enero), de la que ya habló aquí Leire Ventas Aldabaldetreku. GoogleMaps indica que hay 750 metros de la Alhóndiga al Museo de Bellas Artes de Bilbao, y 950 al Guggenheim. Pues bien, la mayoría de la gente que visita, gestiona, legisla y coordina esos dos centros se pasea por la expo de Guerrilla Girls con esa sonrisa despreocupada en la boca, con esa expresión de “esto no tiene que ver conmigo”. El hecho de que el Museo de Bellas Artes no haya dedicado ni una sola de su 48 individuales de los diez últimos años a una mujer, o de que en el Guggenheim solo el 9% de las piezas de la colección sean de mujeres artistas, no tiene nada que ver con Guerrilla Girls. Los señores al frente de tan honorables centros te dirán que son cosas completamente diferentes. Si les preguntaras por qué, probablemente su profundísima respuesta sería que cada sitio es diferente, que Nueva York es otro mundo y que aquí lo que se valora es la (sacrosanta) calidad. O algo semejante.

Siento decir(n)os esto pero las mujeres no somos sujetos de la sociedad para todos estos señores, que consideran que el aborto es nuestro problema, la invisibilidad es nuestro problema y el ser tratadas como incapaces es nuestro problema. No somos sujetos sociales porque si el machismo afecta al 51% de la sociedad, a resultas de la actitud o de la falta de posicionamiento del restante 49% (lo siento por las excepciones), y a pesar de ello no es considerado un problema social, debe de ser que no somos parte de esa sociedad. Eliminado el objeto problematizador, eliminado el problema. A estas alturas, cualquier otra explicación me resulta incomprensible. ¿Y hasta dónde nos dejaremos eliminar?

A Haizea Barcenilla le parece que el arte no existe por sí mismo, sino dentro de varios sistemas sociales entrecruzados, enzarzado entre ideologías y formas de mirar, incluido en redes de intercambio, de venta y de compra, de producción y de exposición. Cuando escribe crítica le gusta ampliar lo más posible su objeto de estudio, comprenderse como parte de él, plantearse cuál es su posición. Le resulta imposible ver el arte sin todo lo demás, y todo lo demás sin el arte. Y a veces consigue entrelazar uniones entre todos los flancos.

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