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Richard T. Walker en Fabra i Coats, performance 1 de marzo de 2014:

Magazine

08 marzo 2014
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Richard T. Walker en Fabra i Coats, performance 1 de marzo de 2014:


La sala a oscuras, un escenario bajo con dos amplificadores, un pie de micrófono y una guitarra acústica y, al fondo, un tríptico de pantallas de proyección de vídeo. Richard T. Walker aparece por uno de los laterales, con una grabadora portátil de cassette colgando del cinturón, y se coloca en el centro del escenario, frente al pie de micro, de espaldas al público. Cuando acciona el reproductor de cassette se encienden los proyectores y el tríptico de pantallas muestra tres vídeos diferentes, los tres con imágenes de paisajes naturales. La imagen central permanece estática y muestra un terreno rocoso con montañas de fondo, las otras dos van cambiando en paralelo y, aunque muestran paisajes diferentes, siempre aparece el artista de espaldas tocando diferentes instrumentos musicales, grabando sonidos o emitiéndolos él mismo con las manos.

Al accionar la grabadora, se reproduce un discurso sobre la experiencia de la naturaleza con la voz de Richard T. Walker. Sobre la experiencia de la naturaleza o sobre el acto de la percepción en general y no sólo eso, sino también sobre el hecho de describir con palabras aquello que vemos, de encontrar la manera de explicar aquello que se mira. Si esto es lo que sucede la primera vez que vemos algo, lo que pasa la segunda vez es que nos centramos en comparar, buscar cambios y diferencias, captar detalles que nos habían pasado por alto al principio. Es decir que nos volvemos un espectador más activo que, una vez encontradas las palabras con las que hablar de lo visto, tiene dificultad para ver más allá y cambiar su percepción primera. En cambio, sigue la grabación, la tercera vez las cosas vuelven a ser bellas sin más.

La canción que canta el artista después de este discurso versa sobre lo mismo, sobre la experiencia como grado que permite percibir y describir con mayor precisión pero que a la vez hace que el mismo acto de la observación, y con ello el de la percepción y la narración misma, pierdan espontaneidad, pureza y, en cierta manera, también inocencia. Que ya no seamos capaces de ver las cosas como eran antes, como eran la primera vez. O sí, pero sólo a partir de la repetición, de la reproducción de lo mismo hasta que volvemos a ser espectadores relajados que ya no se preguntan el porqué de la reiteración y sólo se preocupan por ver y oír lo que pasa aquí y ahora “como era, otra vez”. Terminada la canción, un tema folk tirando a épico, Richard T. Walker deja su guitarra en el suelo, coge el micrófono y el pequeño amplificador y abandona el escenario por el lateral, cantando hasta que le perdemos de vista en la oscuridad, dejando que la música se extinga como en fade out. Y luego lo repite todo desde el principio dos veces más exactamente igual.

“The Speed and Eagerness of Meaning (Longer Longing Version)” es una reivindicación de la experiencia irreflexiva y desinteresada que se enmarca dentro de un ciclo expositivo sobre el uso de la escritura en el arte, concretamente en el capítulo sobre la crónica como transmisión subjetiva de un acontecimiento. El acontecimiento, en este caso, lo conocemos por la carta que nos da el artista a la salida del espacio en el que ha realizado la performance, una carta en la que nos cuenta su experiencia de pérdida de la inocencia con respecto a la percepción de la naturaleza y en la que se lamenta de ya no ser capaz de ver el paisaje con un ojo virgen, de haber adquirido un grado de experiencia sin vuelta atrás que no le deja acercarse a la naturaleza del mismo modo que lo había hecho con anterioridad.

Richard T. Walker usa aquí la repetición como estrategia narrativa pero también como ejercicio para una experiencia casi mística de lo visto, en este caso de la naturaleza, con un claro tinte de neofolk que lo emparenta con el Romanticismo. Así se puede entender también la posición del artista con respecto al público de su performance, presentándose como un Friedrich ante el paisaje sublime, incluyéndose en la imagen central del tríptico e incluyendo al espectador con él, y así también da todo el sentido a los sonidos grabados al aire libre que sirven de fondo a la melodía de guitarra y voz, creando un conjunto que percibimos en su totalidad sólo gracias a la repetición sucesiva de las mismas acciones y que cobra todo su significado cuando el artista abandona por última vez el escenario perdiéndose en el paisaje inhóspito proyectado en la pantalla.

Glòria Guso es historiadora del arte e investigadora en ciencias sociales. Es de la periferia de Barcelona pero vive en París y su segunda casa es Alemania. Para su tesis doctoral en sociología estudia la movilidad internacional de los profesionales de las artes visuales. Escribe, coordina, edita, documenta y critica.

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