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Magazine

24 abril 2017
Tema del Mes: Marginal
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Con dos guías se han marcado el trazo que deben seguir. Unos 70 centímetros de anchura en la base que se van estrechando a cada nueva capa de piedras que añaden. Les han llevado las piedras en bloques gruesos extraídos directamente de la cantera. Ellos mismos, con un martillo las pican por aquí y por allá para acabar rompiéndolas de un golpe seco y decidido y darles la forma que más les conviene. En un momento dado, Ibrahimaij Skender para de picar y cargar piedras. Nos mira y nos dice “Io marco la guida ma seguo le pietre. Le pietre mi guidano”[[yo marco la guía pero sigo la piedra. Las piedras me guían]]. Y se vuelve a agachar y coloca una piedra, encajandola con otra. Él y su padre hacen un muro de piedra seca en la entrada de una casa, entre el huerto y un camino.

Según la Wikipedia, esta forma de construcción es la más antigua que se conoce y se encuentran muestras de ella en todo el mundo. Según la identidad pullesa, es en la región de la Apulla -el talón de Italia-, donde más hay. Según los Ibrahimaij, son los albaneses los que trabajan mejor la piedra a secco. Según un amigo menorquín, si juntáramos todos los muros de piedra seca que hay en Menorca, podríamos dar la vuelta al mundo unas tres o cuatro veces. Un conocido siciliano me dice que es en la región de Ragusa donde hay más cantidad, mientras que alguien de Cadaqués me habla del gran número de muros de contención que se ven en los viñedos ampurdaneses, que también son de piedra seca, y mientras todo esto pasa, me doy cuenta que del viaje a Irlanda que hice cuando tenía 11 años sólo recuerdo campos llenos de muros de piedra y algunos acantilados. En realidad, pensando en márgenes evoco muros. ¿A vosotros también os pasa? Quizás porque el muro sea la forma más rotunda de rellenar un margen. Construir una pared donde los límites de diversas realidades se encuentran es quizás el remedio visualmente más efectivo a la ambigüedad. Llegar a un límite y levantar un muro es declarar un gran «NO»: «No, lo que va más allá no pertenece a esto de aquí». Me dicen: «márgenes»; y pienso en muros, quizá porque el muro nos hace más conscientes del margen o, de hecho, incluso hace el margen.

Un muro paradigmático, pese a no ser de piedra seca, es el que se alza entre los Estados Unidos y México. Aunque su trazado sigue el Río Bravo, sus márgenes se extienden por los estados de Arizona, California, Colorado, Nevada, Nuevo México, Utah y Wyoming. Todos ellos habían sido territorio mexicano antes del Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848). A partir de entonces la población mexicana que habitaba aquellas tierras ha pasado a considerarse mexican-americans. Es relevante que la línea que separa estos dos gentilicios que conforman su identidad sea horizontal y no vertical. Si fuera vertical, sería un muro, sería una «o» (o mexicana, o americana). Debido a que es horizontal es un puente que cruza el Río Bravo, tal como lo reconocen algunas de las voces chicanas más influyentes de las últimas tres décadas, como Gloria Anzaldúa, Cherrie Moraga o Emily Hicks, entre otros. Son habitantes de unos márgenes ideológicos y se reconocen como bordercrossers, más allá del obstáculo físico que pueda suponer cualquier muro construido, ya sea en la dimensión abstracta, como territorial. Los bordercrossers se ubican en ese tercer margen, aquel otro que encarna la diferencia definida en el diálogo entre los diversos discursos dominantes. Si bien el muro hace visible en el espacio un límite y da a entender que existen unos márgenes, el sujeto que habita estos márgenes es, normalmente, un puente entre un lado del muro y el otro. Porque es horizontal, el guión es una «y»: la persona mexican-american es mexicana y americana a la vez.

Si revisamos la geografía tradicional, vemos que mayoritariamente se entiende que las fronteras se clasifican entre naturales o artificiales. Sin embargo, el geógrafo Richard Hartshorne puso en cuestión esta distinción, argumentando que en el estudio del territorio «we are not dealing with bodies that can be delimited from each other, but (…) with mutually interpenetrating parts of a single, great, uneven surface, the earth-surface «[[Hartshorne, Richard, (1939). The nature of Geography: A Critical Survey of Current Thought in the Light of the Past, p. 268.]] Parece que considerar la existencia de fronteras artificiales y naturales es síntoma de no recordar que formamos parte del mundo en el que vivimos y que este es un cuerpo. Es como si nos hubiéramos excluido de él, considerandonos seres «extra-naturales». Quizás hemos olvidado lo que Vilém Flusser recupera y es que “pour l’habitant des cavernes, les murs étaient donnés, et c’est en s’opposant à eux qu’il les a peints, exprimant ainsi la volonté de l’homme à l’encontre de la nature” [[para los habitantes de las cavernas, los muros les eran dados, y fue oponiéndose a ellos que los pintaron, expresando así la voluntad del hombre del encuentro de la naturaleza. Flusser, Vilém, (1973). La force du quotidien, Paris: Maison Mame, p. 87]]. Los muros ya estaban ahí: eran las paredes interiores de aquellas cavidades en las que nuestros antepasados se alojaban y marcaban en aquellas superficies totalmente irregulares las expresiones de unas vidas que por nada del mundo eran lineales. Las pinturas en las cuevas hablan de un lenguaje conjuntivo anterior a la página, a la ordenación de la experiencia según una lógica temporal lineal, y anterior, también, a la idea de margen.

Los márgenes se encuentran tanto en los límites de los campos, como en los límites del texto impreso en la página. Las líneas de cultivos en la tierra o las líneas de palabras sobre el papel, parecen ser reafirmaciones del control que los humanos creemos tener sobre este desorden que nos rodea. Al margen de los campos hay muros para distinguir propiedades. Al margen de las páginas nacen comentarios y anotaciones de los lectores que han rastreado las hileras de palabras impresas. Cuando pasamos páginas buscamos el futuro pero si nos leemos las notas en los márgenes podemos mirar más allá del tiempo lineal, podemos ver el mundo como una esfera e intuir las posibilidades de caminos que podemos hacer en todas direcciones, porque múltiples horizontes de pasado y futuro nos rodean desde todas las dimensiones.

Anna Dot nació un domingo de abril. Es de Torelló y trabaja entre dos mundos que no percibe separados de ninguna manera: el de la producción artística y el de la reflexión sobre los contextos artísticos a través de la escritura.

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