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Spotlight

22 mayo 2020

Atreverse a abrazar los cuerpos

En estos momentos se ha vuelto complicado pensar para adelante, respirar para el futuro [1] sin embargo estamos seguras de que hay algo a lo que no queremos renunciar: nuestros cuerpos y todos los vínculos que los hacen posibles. Por ello no dejamos de preguntarnos: después del confinamiento, ¿cómo volveremos a tocarnos, a compartir respiraciones, olores y excitaciones? ¿Qué significará para el cuerpo retomar el ritmo? ¿Cómo queremos recuperarnos y qué es lo que anhelamos recuperar?

Partiendo del deseo de «ensayar otros escenarios posibles» para «cultivar la cultura ante la virtualización especulativa» que rige nuestra actualidad, sentimos la urgencia de cuestionarnos de qué modo volveremos a mezclar nuestros cuerpos. Frente a la situación de emergencia que los ha ausentado, creemos necesario pensar estrategias para la re-corporeización de la cultura, para reflexionar sobre las instituciones artísticas en relación con aquellas que las habitan y, sobre todo, para estimular la curaduría como un lugar desde el que encarnar e interpelar sujetos y relatos múltiples.

Intuimos que compartir espacios se convertirá en un acto controlado y complejo, o bien en un incidente azaroso. Creemos que desde la curaduría y la mediación cultural deberemos buscar prácticas que nos permitan recuperar los espacios que ya transitábamos. Sentimos la necesidad de materializar los rostros y las emociones que hasta ahora solo han podido comunicarse desde la virtualidad, el deseo de encarnar la elasticidad de nuestros cuerpos, traspasar la frontera de la epidermis [2], reconciliarnos con los sentidos olvidados. Desde el distanciamiento que venimos y seguiremos reproduciendo como medida de prevención, esbozamos la desescalada como una liberación paulatina del tacto [3], una emancipación del cuerpo propio hacia el cuerpo otro, hacia los objetos desconocidos y los escenarios colectivos. En un futuro extraño y durante un breve lapso de tiempo, prestaremos atención curiosa al acto de volver a palpar. En ese punto liminar entre un estado superado y otro por venir, la performatividad de los gestos y los cuerpos centrará directa o indirectamente nuestros modos de relación.

Los nuevos protocolos volverán compleja la interacción entre cuerpos. Desde las instituciones ya se está trabajando en la implantación de normativas que se aplicarán en diferentes fases de actuación. Algunas de ellas determinarán el número de cuerpos que podrán circular en una sala o la dirección y el sentido que deberán tomar. La limitación y el control de los movimientos dificultará los giros intuitivos, los cambios de ritmo o el caminar a la deriva. De la misma forma, otros reglamentos condicionarán el contacto entre cuerpos y objetos. De repente, el «no tocar» adquirirá un doble significado, traspasará la idea aurática del objeto artístico, todavía considerado demasiado valioso o delicado para ser palpado con nuestras manos, para referirse también a la prevención del contagio entre cuerpos. Los objetos guardan la memoria de los organismos que los han rozado, intentar no tocarlos es también una forma de alejarnos entre nosotras, de quedar aisladas.Como sugiere Judith Butler, «el virus nos conecta a través de sus objetos y superficies, a través del encuentro próximo con extraños y conocidos, confundiendo y exponiendo los lazos materiales que condicionan e impiden la posibilidad de la vida misma» [4].

El tacto se ha convertido en un acto revolucionario, la proximidad en un problema. Frente a estas limitaciones urge preguntarnos ¿cómo nos imaginamos de ahora en adelante las instituciones artísticas? ¿qué prácticas queremos rescatar? ¿nos sigue interesando transitar museos blancos, limpios y desinfectados o podemos imaginar otro tipo de museo, más abierto, más poroso, lleno de agujeros por donde respirar?

Las instituciones artísticas tendrán que encontrar en su apertura un nuevo equilibrio cuidadoso entre la seguridad pública y el acceso e interacción con la obra, formas sanas y flexibles de converger y entrelazarse de nuevo. La curaduría, en este sentido, deberá pensarse como un ejercicio relacional, que cura y cuida, como una forma material que cruza prácticas artísticas y extra-artísticas. Transformar y cambiar los dispositivos culturales deberá convertirse en un proceso que traspase la capacidad institucional y aborde temas candentes y vitales para la comunidad que los rodea.

Ahora más que nunca las instituciones artísticas tendrán que abrirse y pensarse como espacios de encuentro para ser habitados, replanteando sus posibilidades y funciones como espacio de acogida. Pese a sus limitaciones, debemos recordar que antes de la crisis se habían convertido en espacios limítrofes habitados por múltiples actividades que intentaban desbordarse hacia afuera. Ante la urgencia, el carácter acumulativo que tradicionalmente ha definido la idea de museo se vuelve aún más inoperante. Desafiar los modelos implicará apelar a experiencias intersubjetivas, destinando espacios de presencia a todos aquellos cuerpos que habían quedado ausentes. Para convertirse en un lugar cohabitado y construir relaciones y compromisos con los entornos, el museo deberá voltear la mirada a la comunidad.

Nada volverá a ser como antes o tal vez se le parecerá demasiado. Deberemos buscar alternativas, imaginar otras formas de vivir, transitar hacia modelos más pausados y sostenibles. Necesitaremos la calidez de los cuerpos, los abrazos y las miradas; pensar y relacionarnos desde lugares cercanos. Tendremos la obligación de hacer como si algo hubiese pasado.

Estos días hemos visto instituciones que han cerrado sus espacios olvidando, una vez más, la realidad del afuera. Otras, sin embargo, siendo muy conscientes de la situación y sin dejar de acompañarnos han preferido, pensarse y darse el tiempo. Desde el centro Huarte han optado por digerir lo ocurrido, mantenerse en silencio, sentirse y observar. Poco a poco comparten relecturas de proyectos que en el pasado han habitado el centro y que permiten interpelar el presente e «imaginar nuevas posibilidades para el tiempo que viene» [5]. También en La Caldera han dejado espacios para trazar e imaginar juntas las posibles «formas de volver al cuerpo, pensar desde el cuerpo y con el cuerpo, las relaciones con el mundo y el encuentro con los demás» [6]. Desde La Escocesa han activado diferentes «grupos de investigación para llevar a la práctica formas imaginativas pero seguras de recuperar el cuerpo en la escena cultural», ofreciendo «alternativas a la virtualización como única respuesta posible» a la crisis del contacto. Dentro de estos grupos también se rastrean ayudas y subvenciones que protejan el colectivo de creadoras más vulnerables; se exploran e imaginan protocolos y medidas que puedan servir como herramientas a los centros culturales para volver a realizar actividades públicas de forma segura [7].

En plena digestión e intentando sedimentar lo ocurrido afloran infinitos deseos, pistas que nos animan a pensar hacia adelante y nos acompañan a la hora de imaginar otras curadurías posibles. Las dejamos aquí sueltas para permitir el tránsito y la apropiación:

Volver a aprender a tocar, de forma cuidadosa y atenta;

Redescubrir otras formas de tacto experimentando los guantes como segunda epidermis;

Reconocer cómo las cosas se sienten de otra manera;

Salir a la calle para ventilar el cuerpo;

Explorar la performatividad que genera la distancia;

Practicar la telepatía para tejer otros vínculos;

Atreverse a los abrazos transitando las hendiduras que existen entre el riesgo y la precaución.

 

 

[1] La conversación «Tocar palabras con guantes: cuerpo, encierro, relato» entre Ana Pol, Ana Longoni y Gloria G. Durán realizada en colaboración con La Casa Encendida resuena en nuestras reflexiones y nos acompaña. Disponible en  https://www.youtube.com/watch?v=6IRcUCnAfY8

[2] «El sujeto del techno-patriarcado neoliberal que la Covid-19 fabrica no tiene piel, es intocable, no tiene manos. No intercambia bienes físicos, ni toca monedas, paga con tarjeta de crédito. No tiene labios, no tiene lengua. No habla en directo, deja un mensaje de voz. No se reúne ni se colectiviza. Es radicalmente individuo. No tiene rostro, tiene máscara.» en Preciado, Paul (2020): «Aprendiendo del virus», en El País. Disponible en https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html

[3] Molina Aparicio, Fernando (2020): «Tocarnos» en La Vorágine. Disponible en  https://lavoragine.net/coronavirus-tocarnos/

[4] Butler, Judith (2020): «Rastros humanos en las superficies del mundo» en Contactos. Disponible en https://contactos.tome.press/rastros-humanos-en-las-superficies-del-mundo/?lang=es&fbclid=IwAR1HPY_rcK9BFLCg_2_3roR6HkhAj2XC9mIQb2ECeUE8VNBgQ4ZjsD8o-HY

[5] Centro Huarte (2020): «Digestión». Disponible en https://www.centrohuarte.es/digestion/

[6] La Caldera (2020): «Soñando un espacio para reencontrarnos». Disponible en http://lacaldera.info/pages/view/somiant-un-espai-per-retrobar-nos?lang=spa

[7] La Escocesa (2020) «La Escocesa es mobilitza: un centre de recerca artística per a afrontar la crisi del covid-19». Disponible en www.laescocesa.org

(Imagen destacada: Eva Paià)

 

 

 

 

pli-é collective es un cuerpo compartido entre Eva Paià, Marina Ribot Pallicer y Angelica Tognetti. Un espacio-tiempo de encuentro desde el que conspiramos y generamos espacios de escucha y resistencia; un organismo en el que tensamos y deformamos los relatos hegemónicos a través de procesos, ensayos y errores. Un tejido donde cultivamos la curaduría como forma de cuidado y acompañamiento.

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