COREOGRAFÍA

Parece que, desde hace un tiempo, el arte contemporáneo ha incorporado la coreografía. No solo como práctica artística, dedicando exposiciones a coreógrafos y teóricos de la danza como Yvonne Rainer o Xavier Le Roy, por citar algunos, sino también como corpus teórico. Xavi Acarín recorre esta progresiva incorporación a partir de ciertos hitos museográficos y nos trae hasta 2018, con la presentación de obras de Merce Cunningham en el Pabellón Mies van der Rohe en ocasión del centenario del artista y de la feria de videoarte LOOP. Sonia Fernández Pan se hace igualmente eco de esta relación entre las artes visuales y las artes performativas desde una perspectiva personal, remitiéndose a sus propios proyectos y a los artistas con los que ha podido trabajar.

También desde la propia experiencia cotidiana, desde lo que puede observar desde su ventana y en su barrio, Claudia Pagès escribe el movimiento de cosas y personas, presentando una forma coreográfica de escribir, de intentar plasmar el movimiento en un formato textual escrito pero que recuerde el habla. Sobre la escena, en el teatro, la compañía El conde de Torrefiel intenta asimismo traducir el movimiento de imágenes digitales, de datos numéricos y de bienes muebles incluyendo la mirada del espectador en la ecuación. Virginia Lázaro Villa nos lo cuenta.

Quizás el interés por el movimiento y por cómo transmitirlo a un espectador más o menos estático tenga que ver con la aceleración del tiempo (y del tiempo percibido) que ha descrito Hartmut Rosa. De alguna manera recuerda a los Futuristas italianos y a su obsesión con la velocidad, en reacción a la rápida industrialización del continente. Si entonces se ensalzaba la máquina y todo lo que estaba por venir, asistimos hoy a una recuperación del cuerpo y de sus potencialidades. La coreografía como dominio del movimiento, del músculo y de la lentitud, de control de todo el proceso, de A a Z. En la época de la inteligencia artificial que deja de lado la ética, de la monitorización a distancia de procesos electorales y de la financiarización, la vuelta al cuerpo y al control de los movimientos (del individuo y del colectivo) puede parecer tranquilizante. ¿Estará el mundo del arte plasmando una ansiedad contemporánea?