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Los siguientes pasajes pertenecen a mi próximo libro, Future Metaphysics (Polity, 2019), que se propone reafirmar la importancia de las grandes categorías metafísicas (sustancia y accidente, forma y materia, vida y muerte, etc.) para el presente, y darles un giro inesperado. Pero, ¿qué pasa si la idea de accidente, por ejemplo, tuviera que tomar en consideración los numerosos tipos de fallos técnicos, las caídas y las crisis –desde la economía a la ecología, desde las catástrofes técnicas a los colapsos sociales– que permean nuestra cultura y nos proporcionan titulares a diario? ¿Podemos seguir usando este concepto tal y como fue concebido tradicionalmente, cuando el riesgo y el azar se han convertido en parte de la propia sustancia de nuestro mundo, vaciando así de significado la distinción entre sustancia y accidente? ¿Hasta qué punto estamos presenciando un regreso al pensamiento teológico (deseo) en las ideologías actuales de transhumanismo, desmaterialización o inmaterialidad promovidas desde Silicon Valley? Y, finalmente, respecto al tema de A*Desk de este mes, ¿podría ser que no solo estuviéramos viviendo en un tiempo básicamente nuevo (digital), sino que el propio tiempo hubiera cambiado de sentido en función del tiempo digital?
El libro consiste en una serie de aforismos más largos, independientes aunque conectados, de los que aquí presento cuatro.
ANORMALIDADES, O CUANDO LAS EXCEPCIONES SON MÁS COHERENTES QUE LA NORMA
En la época del algoritmo, las desgracias que una vez fueron accidentales se han vuelto sustanciales. En los campos más diversos, observamos anomalías que han mutado para convertirse en (a)normales y que traen una medida adecuada de inestabilidad a los sistemas cibernéticos (entre ellos, los de control social) cuya capacidad para crear orden ya había sido reconocido en el pasado.
Esto trasciende con creces la idea del «fallo técnico» como modo de producción acelerado, celebrado en los círculos de Silicon Valley bajo el lema «Muévete rápido y rompe cosas». Como escriben Jussi Parikka y Tony D. Sampson, «En la práctica, los programas escritos por hackers,spammers, creadores de virus y aquellos pornógrafos decididos a redireccionar nuestros navegadores hacia sus contenidos han problematizado la deseada funcionalidad y el despliegue de sistemas cibernéticos».1 Si hasta el 40% de todos los e-mails con los que nos bombardean hoy en día son spam–y van acompañados de contenido pornográfico, virus, etc.– realmente no podemos hablar aquí de anomalías (entendidas como desviaciones de la norma más o menos insignificantes). Lidiar con el spam–creando filtros de correo, empleando escáneres antivirus, instalando bloqueadores de anuncios pop-up, etc.– ha pasado a ser una parte «normal» de nuestro uso de Internet, una a-normalidad.
Al igual que el spamy los virus informáticos son elementos de nuestra vida digital cotidiana, también debemos comprender la economía derivativa de alta frecuencia –que opera bajo el paradigma de lo digital– en términos de sus «fallos técnicos» (al igual que debemos comprender nuestra política en términos de la supuesta anomalía del refugiado). Aquí no estamos tratando con ovejas negras o con los cisnes negros de Nassim Taleb, es decir, con acontecimientos extremos más o menos improbables, sino con lo que Elie Ayache, metafísico de mercado y comerciante de volatilidad, describe en su libro El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable2 como una nueva normalidad. A-normalidad.
TEOLOGÍA DE LA DESMATERIALIZACIÓN
No hay pensamiento fuera de la metafísica; no hay ningún pensamiento no-metafísico. En su lugar existe mucho pensamiento filosófico malo, o impreciso, no solo por parte de filósofos académicos profesionales, sino también, y especialmente, allá donde las categorías metafísicas permanecen implícitas, sin ser estudiadas. Como ejemplo de esto último, consideremos la cantidad de debates dedicados a las tecnologías digitales que revelan sospechosas presuposiciones metafísicas incluso por su elección de terminología. «Red» y, especialmente, «nube» son dos de esos conceptos falaces o ideológicos que ocultan la base material de toda computación. N. Katherine Hayles ha escrito un libro sobre «la manera en que la información perdió su cuerpo» (How We Became Posthuman),3 y Ed Finn ha observado que «El hecho de que los algoritmos siempre deban ser implementados para ser utilizados es, en realidad, su característica más notable. Al ocupar y definir ese punto medio difícil, los algoritmos y sus colaboradores humanos interpretan nuevos papeles como máquinas culturales que unen ideología y práctica, matemática pura y humanidad impura, lógica y deseo.»4
Pero demasiado a menudo, las plataformas materiales y los materiales utilizados están ocultos, como si pudiese existir un software puro sin un hardware. Allá donde el estado actual de la tecnología no va acompañada de un nivel adecuado de reflexión filosófica, podemos observar una obsesión por repetir dualismos metafísicos anticuados, como el de forma frente a materia, o mente frente a materia. La corriente filosófica de eliminar todo lo material –aunque también existe el mecanismo de exclusión opuesto, con los materialistas reincidentes descartando la importancia de todos los componentes inmateriales o mentales– se conoce como «idealismo» desde los tiempos de Platón, pero sobre todo desde los neoplatónicos (como Plotino), para quien toda vida (incluyendo la vida material) es el resultado de las ideas mentales. Y hoy en día, numerosos ideólogos de la algo-catedral (Ian Bogost),5 cuya pasión espiritual (por los datos) es apenas menos intensa que la de los teólogos medievales, repiten los mismos síntomas idealistas sin saberlo.
«Ignorar»los aspectos materiales de la nueva tecnología resulta especialmente conveniente para aquellos que se benefician de las relaciones de poder y explotación subyacentes. (La objeción más clara la formula Friedrich Kittler, quien declaró hace varias décadas que «no hay software»).6 Lo que era verdad hace unos siglos –en la antigua sociedad negrera de Atenas, o en la religiosa Edad Media– sigue siendo verdad en la época del capitalismo de monopolio no-feudalista con Google, Facebook, Amazon y compañía: nuestra ignorancia respecto a los fundamentos materiales de la «nube»o con lo que respecta a lo que se denomina erróneamente trabajo inmaterial, no solo le pesa a cada individuo, sino que afecta a nuestra sociedad como conjunto. Las plataformas digitales, también, solo son posibles gracias a la explotación de recursos materiales: los recursos naturales (silicio para los microchips, cobalto para las baterías de iones de litio etc.), los recursos físicos de las personas que las desmontan, montan e instalan y, finalmente, los recursos de todos aquellos que las usamos y consumimos.
La ideología de la inmaterialidad o la desmaterialización es filosofía de sillón al servicio de aquellos que gobiernan en la actualidad. Aquí, como en todas partes, hay una conexión entre lo que es metafísicamente erróneo y lo que es políticamente erróneo. La metafísica mala siempre sirve a la política mala.
GOOGLE NOW MAÑANA
«El tiempo es dinero», reza el lema de la modernidad obsesionada por el dinero. El método de producción y entrega justo a tiempo (JIT, por sus siglas en inglés) es el sueño de una modernidad industrial que reacciona de manera inmediata y exclusiva a demanda. Fuera de la producción de objetos o mercancías, en ámbitos como la industria financiera especulativa, los inversores de alta frecuencia se gastan billones a cambio de mínimas ventajas de tiempo; la astucia que implican unos pocos milisegundos hecha realidad gracias a conexiones de fibra óptica de alta velocidad. ¿Acaso la empresa que encarna la nueva economía digital no ha basado esta obsesión por unos presentes cada vez más cortos en el nombre mismo de una de sus aplicaciones más avanzadas, Google Now?
Con su programa AdSense y el algoritmo que lo acompaña, Google ha conseguido aquello que Ed Finn acertadamente describe como «cosificando lo contemporáneo.7 El objetivo es presentarnos con los anuncios más precisos y prometedores en nuestro aquí y ahora, utilizando datos nuestros obtenidos con anterioridad (intereses, preferencias, localizaciones, etc.). Detrás de este interés por el ahora, en cambio, ya no está el presente sino el futuro más inmediato, una versión pervertida de lo que J. G. Ballard anunció una vez como «ciencia ficción para los próximos cinco minutos». Google Now «promete organizar no solo las temporalidades presentes sino las del futuro próximo de sus usuarios. Nos sugerirá cuándo debemos salir para llegar a nuestra próxima reunión, en función del tráfico que encontraremos, y creando un sistema de alarmas íntimo y personal, entrecruzando datos públicos y privados.»
Si seguimos el título del libro de Finn8 y nos preguntamos qué quieren los algoritmos, la respuesta será aquello que Google supone que es nuestro deseo secreto, es decir, ayudarnos para que finalmente podamos dejar de tener que estar siempre decidiendo (sobre) el aquí y ahora presente. Desde entonces, los algoritmos han «traspasado el umbral entre predecir y determinar, pasando de diseñar a construir estructuras culturales».
Pero el paso entre la predicción y restricción es muy corto; en palabras de Google Now (¿y para siempre?): «La información precisa en el momento preciso. Vea tarjetas con información útil que necesitas a lo largo del día, antes incluso de pedirla».
PREDICCIÓN – PREVENCIÓN – APROPIATIVO
Ya va siendo hora de distinguir entre las formas históricas de control (es decir, los esfuerzos por controlar el futuro) y las formas digitales que encontramos en el presente y que encontraremos en el futuro. En términos gramaticales, podemos formular la cuestión como la alternativa entre entender «el control del futuro»como una frase con genitivo subjetivo o genitivo objetivo; en otras palabras, si nosotros controlaremos el futuro o si el futuro nos controlará a nosotros.
Del pasado, conocemos el concepto de predicción como vaticinio sobre lo que ocurrirá, es decir, como una mirada esencialmente neutra desde el presente respecto a un futuro al que nos tendremos que adaptar. Lo apropiativo está determinada de manera más clara y, al mismo tiempo, más negativa. Aquí, una valoración negativa y la voluntad de evitar el porvenir van de la mano. Si tememos que en el futuro ocurran cosas malas, debemos cambiarlas o empezar por impedir que ocurran.
Lo apropiativo–que es precisamente lo opuesto a la evitación preventiva de una profecía negativa, aunque las dos a menudo se confundan– sigue otra lógica temporal. Vemos esta pequeña –si bien muy subestimada– diferencia respecto a la forma más conocida de apropiación, y la primera en aparecer en la consciencia general. La guerra preventiva librada por la administración de George W. Bush –elevada, por primera vez, al estado de a-normalidad–, contraria a la retórica oficial de la prevención, no ha conducido a la paz sino precisamente a la situación profetizada que prometió evitar de manera profiláctica. O, para modificar una cita de Karl Kraus sobre el psicoanálisis: La «guerra al terror» es la enfermedad política para la cual ella misma se considera remedio.
Todos los dibujos son del ilustrador y ensayista Andreas Töpfer, cuya colaboración duradera con Avanessian condujo al libro Speculative Drawing (Paradiso, 2018) al que pertenecen estas imágenes.
1Parikka, Jussi; D. Sampson, Tony. “ON ANOMALOUS OBJECTS OF DIGITAL CULTURE. An Introduction.” Academia.edu, 2015. Disponible online aquí.
2 Ayache, Elie (2010). El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable, Paidós, Barcelona, 2012.
3 Hayles, N. Katherine (1999). How We Became Posthuman. Chicago: University of Chicago Press.
4Ed Finn, What Algorithms Want: Imagination in the Age of Computing,The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 2017.
5Ian Bogost, «The Cathedral of Computation», The Atlantic, 2015. Disponible online aquí.
6Friedrich Kittler, There is No Software, Ctheory, 1995. Disponible online aquí.
7Ed Finn, op. cit.
8 Ibíd.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)