close

En A*DESK llevamos desde 2002 ofreciendo contenidos en crítica y arte contemporáneo. A*DESK se ha consolidado gracias a todos los que habéis creído en el proyecto; todos los que nos habéis seguido, leído, discutido, participado y colaborado. En A*DESK colaboran y han colaborado muchas personas, con su esfuerzo y conocimiento, creyendo en el proyecto para hacerlo crecer internacionalmente. También desde A*DESK hemos generado trabajo para casi un centenar de profesionales de la cultura, desde pequeñas colaboraciones en críticas o clases hasta colaboraciones más prolongadas e intensas.

En A*DESK creemos en la necesidad de un acceso libre y universal a la cultura y al conocimiento. Y queremos seguir siendo independientes y abrirnos a más ideas y opiniones. Si crees también en A*DESK seguimos necesitándote para poder seguir adelante. Ahora puedes participar del proyecto y apoyarlo.

La fotografía sigue dando cuerpo a la energía

Magazine

18 junio 2012

La fotografía sigue dando cuerpo a la energía

Las Polaroid de Warhol, como sistema para mantener la emoción y el recuerdo, cobran una nueva vida en la actualidad. Su difusión en varios centros de arte y museos en el mundo responde a la voluntad de la Andy Warhol Foundation para que el artista siga siendo uno de los definidores de una época que sigue siendo la nuestra. En Madrid, Warhol tiene ahora una presencia múltiple.


Dentro de la programación de Photoespaña 2012 se ha decidido volver a prestar atención a Warhol. Tenido no en vano como uno de los artistas más importantes del XX, no ha llegado todavía el momento en el que volver a mirarlo deje de ser pertinente. Un programa doble, con exposición en el Teatro Fernán Gómez y ciclo de proyecciones en el querido Cine Doré. En el segundo (comisariado por Douglas Crimp) se pueden ver algunas de las películas producidas por el artista afincado en Nueva York. En la primera (a cargo de Catherine Zuromskis), un repaso de lo que fue la Factory, ese taller de artista que nos ha dejado, por encima de todo lo demás, la valiosa reliquia que es la acción de manifestar, con orgullo, la importancia de lo afectivo como sostén de los universos de definición del arte.

La muestra “De la Factory al mundo. Fotografía y la comunidad de Warhol” hace honor a la personalidad ampliada que generó este espacio, que trasciende el liderazgo de su fundador. Además de su trabajo se presentan obras de artistas que participaron del fenómeno Factory, como Billy Nawe, Christopher Makos, Brigid Berlin, Cecil Beaton, Jonas Mekas, Richard Avedon o Stephen Shore.

Pero al pensar en esta personalidad multitudinaria, no exclusiva de este lugar concreto, sino casi colateral a todos aquellos espacios definidos y gestionados por artistas, se forma en la mente la correspondencia con ese modo de hacer fotografía que son, precisamente, las Polaroids de Warhol. ¿Qué han acabado siendo, acaso, si no índice del tipo de materia sobre la que se sustentó la Factory, esas afinidades humanas entre signos más o menos reconocibles de un cierto universo cultural?

Cada vez que veo las Polaroids de Warhol me sorprende lo poco lejanas en el tiempo que parecen estar. Y es que tiene aún sentido preguntarse cómo envejecen estos retratos sacados hace treinta años. Estas imágenes no se piensan -todavía- históricamente; no porque no se quiera, sino porque lo histórico no está en su constitución.

Andy Warhol tomó más de 30000 Polaroids desde 1970 a 1987, año de su muerte. Algunas de las fotos nos son a todos familiares, pero la mayoría no han sido expuestas aún al público. Pensamos que nos son familiares por varias razones. La primera, sin duda, es la frecuencia con la que hemos sido expuestos a ellas. Desde que en el año 2007, celebrando el XX aniversario de la muerte del artista, la Warhol Foundation decide hacer donaciones masivas del archivo a instituciones de enseñanza y exhibición de arte contemporáneo, éstas han sido expuestas y paseadas hasta el hastío. Acorde con la política de autopromoción del artista, la fundación que lleva el nombre del artista consiguió, así, diseminar su trabajo, dando lugar a infinitos índices del archivo madre.

Las Polaroids de Warhol también nos son familiares porque lo que muestran nos es familiar. La familiaridad de su contenido radica en que los retratados, muchos de ellos rostros reconocibles, son maquillados y disfrazados y convertidos, por tanto, en cualquieras. Simplificados y universalizados, en su rareza particular, no pueden ser otra cosa que nuestros. Aplanados y blanqueados para poder luego ser usados en serigrafías, todos ellos participan de una esencia común al marco en el que se emplazan. Y es que no se deja de reconocer en ellas la densidad de una determinada inmaterialidad. Cuánta carga tiene y qué real es lo superfluo de estas fotografías. Pero, sobretodo, lo real y lo superfluo de la experiencia que se les presupone: la de salir de fiesta, la de travestirse, maquillarse y posar ante una cámara tan poco seria como una Polaroid. Su levedad es la del inventario de fenómenos volátiles que registran.

Las Polaroids de Warhol, cualquiera de ellas, muchas en conjunto, cuantas más mejor, son en tanto que muestran la necesidad de trabajar juntos. Son siempre en un presente que empieza en los setenta y todavía continúa hoy, a su manera. Y en parte, una de las pequeñas pruebas de que hoy continúa ese presente es que, de algún modo, reconocemos estas imágenes como huellas de nosotros. Son así, y sabemos que así son y que podrían ser de otro modo. Pero no lo son. Son en sí actos que ponen en imagen partes de la vida que son en exceso. Es la imagen en sí y el flash le hace justicia. Se fija en instantánea esa energía de más que el disfraz de cada actor lleva consigo. Estas imágenes funcionan como registro de dinámicas profesionales construidas sobre los vectores de la amistad.

Y es que puede que sí, puede que Barthes llevara razón en su defensa de la fuerza que tiene lo emotivo para crear vínculo con las imágenes. Y la naturalidad, por críticos que nos pongamos, a veces nos sigue poniendo. Por que cuando vamos, como ahora, a ver el repertorio de cosas que ocurrían en un espacio del midtown neoyorquino, vemos algo más que imágenes.

Y puede que, en efecto, en un tiempo como el de hoy, sea precisamente el valor de la volatilidad de las emociones lo único que puede establecer lazos con algunas de las imágenes que saturan nuestro universo. Y quizá la naturalidad con la que está inscrita en una obra lo que desencadena un lazo emocional sea lo que hace que en el marco de la contemporaneidad algo se convierta en clásico.

Paloma Checa-Gismero es Profesora Adjunta en San Diego State University y Candidata a Doctora en Historia, Crítica y Teoría del Arte en la Universidad de California, San Diego. Historiadora de arte contemporáneo global y latinoamericano, estudia los encuentros entre estéticas locales y estándares globales. Publicaciones académicas recientes incluyen «Realism in the Work of Maria Thereza Alves,» Afterall journal, Fall 2017, y «Global Contemporary Art Tourism: Engaging with Cuban Authenticity Through the Bienal de La Habana,» in Tourism Planning & Development journal, vol. 15, 3, 2017. Desde 2014 Paloma es miembro del colectivo Editorial de la revista académica FIELD.

Media Partners:

close
close
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)