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Nostalgia productiva

Magazine

julio
Tema del Mes: Nostalgia productivaEditor/a Residente: Miguel Ángel Hernández Navarro
Nostalgia productiva-Mapa Gospodínov

Nostalgia productiva

En Las tempestálidas, el novelista búlgaro Gueorgui Gospodínov narra la historia de Gaustín, un enigmático flâneur que abre en Zúrich una «clínica de pasado» para intentar curar el alzhéimer. En ella reproduce distintas décadas del siglo XX para hacer regresar a los enfermos al momento de plenitud en el que su memoria aún no se había deteriorado. Un experimento que, según nos cuenta el protagonista, «consistía en crear un pasado protegido, o un “tiempo protegido”. Un refugio de tiempo, un cronorrefugio. Quería abrir una ventana en el tiempo y dejar que allí vivieran los enfermos, pero también sus familiares» (Gospodínov 2022: 133).

Sin lugar a duda, este «cronorrefugio» es una de las mejores figuraciones de la nostalgia: el regreso al instante seguro y pleno en el que el mundo del paciente aún no se ha derrumbado. Y es curioso que en la novela la nostalgia funcione en su ámbito clínico original, como esa enfermedad que identificó el estudiante de medicina Johannes Hofer cuando acuñó el término en 1688: «el humor triste originado por el anhelo de regresar a la patria natal» (Boym 2015: 25). Un «humor» que con el tiempo desbordó los límites de lo clínico para convertirse en una compleja emoción cultural que acabó cristalizando como una de las respuestas fundamentales a la modernidad: «un mecanismo de defensa en una época de aceleración del ritmo de vida y de agitación histórica» (Boym 2015: 15).

También en Las tempestálidas la nostalgia sale del ámbito médico y se extiende por todos los rincones de una Europa inestable que anhela la seguridad. El cronorrefugio se convierte entonces en una opción política. «Puesto que una Europa del futuro ya es imposible, vamos a elegir la Europa del pasado. Es sencillo, cuando no tienes futuro, votas por el pasado» (Gospodínov 2022: 166). Ese es el argumento para el inicio de un gran referéndum europeo en el que cada país elige una década a la que volver, un tiempo feliz al que retornar. En España, ganan los ochenta.

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Estoy convencido de que a Svetlana Boym le habría encantado la novela de Gospodínov. Pocos libros encarnan mejor el sentido de eso que, en su monumental estudio sobre esta emoción (Boym 2015), ella denominó «nostalgia restauradora», aquella que se apoya en la ficción de que hubo un tiempo pleno y feliz en el pasado y que es posible reconstruirlo —restaurarlo— en el presente. Frente a esa pulsión de recreación que enfatiza el regreso (el nostos), Boym opone la «nostalgia reflexiva», que prioriza la pérdida, el dolor (algia) y que toma conciencia de que ese pasado feliz es irrecuperable entre otras cosas porque no es más que una construcción imaginaria realizada desde el presente.

Este rostro bifronte de la nostalgia es el que han examinado los textos que durante este julio hemos publicado en A*Desk. Desde lugares, posiciones y tradiciones intelectuales diferentes, Aarón Sáez, Azahara Palomeque, Irene Martínez Marín y Ernst van Alphen se han acercado a la nostalgia para explorar sus peligros, pero también su potencia transformadora.

En «La nostalgia como arma», Aarón Sáez observa la desaparición del mito del futuro y la comodidad de regresar a lo ya vivido, la confortabilidad de la repetición y sus usos a veces nocivos e inmovilizadores en la cultura del entretenimiento. La reproducción constante de un pasado que, como bien apunta Irene Martínez Marín en «nostálgicos y sinceros», siempre se encuentra contaminado y moldeado por nuestro presente y nuestro lugar en el mundo.

Ese presente manipulador y ficcionador del pasado es precisamente el que examina Ernst van Alphen en su texto sobre los usos de la nostalgia en la política contemporánea: el pasado esplendoroso y puro al que quieren regresar los movimientos de extrema derecha y el pasado mítico e ilusorio que pretende legitimar el genocidio que se está produciendo en Gaza. Solo un uso reflexivo, crítico y no restaurador de la memoria haría posible un futuro para Israel y Palestina.

La destrucción del hogar y la sensación de desconsuelo que esta lleva consigo es una característica fundamental de los conflictos bélicos, pero también uno de los grandes efectos sobre el territorio del capitalismo extractivista. Esa desolación por el hogar que vemos peligrar fue denominada por Glenn Albrecht como «solastalgia» (2005), un término construido a partir de la raíz griega de «dolor» (algos) y la raíz latina de «consuelo» (solacium). Esa es la emoción que explora Azahara Palomeque en «Ítaca en peligro: de la nostalgia a la solastalgia», la desazón y el desamparo que experimentamos cuando lo que consideramos hogar ha comenzado a extinguirse y «la tierra se desvanece bajo nuestros pies».

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En su última obra, publicada ya después de su prematura muerte en 2015, Svetlana Boym (2017) enfatizó el sentido futuro de la nostalgia y dedicó varias páginas a explorar el concepto de «nostalgia prospectiva», que ya había esbozado en su libro clásico, una nostalgia no paralizante que enfatiza el malestar no por aquello que se perdió sino por lo que no se pudo conquistar. Me gusta llamarla «nostalgia productiva» para enfatizar su condición activa, su capacidad de hacer, de producir y crear algo que nos encamine hacia delante. Una nostalgia que toma su fuerza no de una arcadia pasada, sino de un futuro que nunca llegó, de los caminos cortados de la historia, de lo no efectuado.

Aquí, sin duda, resuenan las tesis de Benjamin: no el anhelo del bienestar del pasado, sino el del sueño que no se logró conseguir, la energía revolucionaria de lo posible. En este sentido, la nostalgia prospectiva o productiva estará siempre basada en una falta, en un agujero y nunca en una plenitud ficticia a la que regresar.

Esa es la verdadera potencia de la nostalgia, la que podemos aprovechar para transformar el presente y movernos hacia delante. También para evitar seguir perdiendo. Porque la pérdida debe ser conjugada en presente. No es lo que se perdió o lo que se perderá. Sino lo que se pierde a cada momento. La verdadera catástrofe no es la que está por venir, sino la que ya está aquí. Lo intuyó Benjamin en su Libro de los Pasajes: «que esto “siga sucediendo” es la catástrofe» (2005: 476). Si la nostalgia funciona como un dolor que nos despierta, que nos aguijonea y logra al fin movilizarnos, bienvenida sea esa punzada, ese malestar, esa mirada perdida en el horizonte que precede al levantamiento.

Referencias

Albrecht, Glenn. 2005. «Solastalgia. A New Concept in Health and Identity.» Philosophy Activism Nature (3): 41-55.
Benjamin, Walter. 2005. Libro de los Pasajes. Madrid: Akal.
Boym, Svetlana. 2015. El futuro de la nostalgia. Madrid: Antonio Machado.
—. 2017. The Off-Modern. Londres: Bloomsbury.
Gospodínov, Gueorgui. 2022. Las tempestálidas. Logroño: Fulgencio Pimentel.

(Foto de portada: “Mapa de Europa tras el referéndum temporal». Gueorgui Gospodínov, Las tempestálidas, 2022.)

Tema del Mes

Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) es escritor, crítico de arte y profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia. Entre sus ensayos sobre arte y cultura visual, destacan “La so(m)bra de lo real” (Holobionte, 2021), “El arte a contratiempo: historia, obsolescencia, estéticas migratorias” (Akal, 2020), “El don de la siesta” (Anagrama, 2020) o “Materializar el pasado” (Micromegas, 2012). Es autor también de cuatro novelas publicadas por Anagrama: “Intento de escapada” (2013), “El instante de peligro (2015)”, “El dolor de los demás” (2018) y “Anoxia” (2023). Colabora regularmente con el grupo curatorial 1er Escalón.
www.mahernandez.es
Retrat © E. Martínez Bueso

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