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Guardar un secreto se me hace complicado, a veces la intensidad de algunos enunciados se expande más allá de mi metro, sesenta y cinco centímetros de mi yo carne y me veo casi obligado a abrir la boca y dejar escapar las palabras de ese secreto, como si liberarlas al aire fuera en realidad un ejercicio de supervivencia, más que la necesidad de que las armonías del secreto aterricen en otro oído y se active de manera inesperada una comunicación de fondo o segundo plano. A veces si el secreto me remueve mucho, me cuestiona o se presenta como detonante de otro tipo de situaciones, decido retenerlo, cuidarlo como tal, protegerlo y que sea eso, un secreto. A veces lo bailo, lo recreo en mi cabeza pero siempre lo archivo, lo colecciono.
Si pudiera dedicar mi vida a coleccionar algo, sin presión alguna ni necesidad de contar si los autónomos se descontarán de mi cuenta, antes o después del fin de semana. Si pudiera hacinar, acumular y centrarme en una obsesión, una obsesión concreta, precisa ,única. Si pudiera coleccionar algo, coleccionaría momentos en los que en una grabación de estudio se cuela accidentalmente un error, un inesperado, como cuando en medio de un momento doméstico/dramático de escucha te percatas que en los violines de no sé qué movimiento, de vete a saber tu qué composición, el sonido del pasar una hoja de la partitura te recuerda que, la sónica literatura de ese momento épico es personal e intransferible.
Es en ese plano de lo personal e intransferible en el que surgen las ondas de resistencia, las vibraciones de frecuencia por debajo de los 10.000 Hz, las que se escuchan con el cuerpo. Unas ondas que reúsan a expandirse por el aire, que son una explosión latente, un caos por venir o que simplemente como esas canciones / secreto / tesoro que evitamos escuchar o compartir con los demás por miedo a que se diluyan, a que desaparezcan, a pesar de tener la certeza de que eso no ocurrirá, la experiencia y la empírica/doméstica así lo han demostrado, por mucho que diga tu nombre, por mucho que te llame en voz alta, este no se desgastará.
Esta editorial es en un secreto, un compartir al aire sin abrazar las consecuencias. Palabras que por suma van dibujando un polímero que abandona el desenfoque gaussiano y se presenta ante nosotros. Hace un tiempo que pienso qué acordes pusieron en marcha la vibración interna de algunos momentos, que han devenido en un musical o tragicomedia en ocasiones o que simplemente han permanecido latentes a la espera de explotar ante nosotros. A veces me gusta pensar que estas vibraciones emiten colores, que físicamente se comportan siguiendo las reglas de alguno de los estados de la materia, que son objeto o algo que se puede manejar, compartir e intercambiar, que pueden ser el elemento amplificador de la empatía.
Imagino el momento en el que cuando una amiga venga a disolver una de estas ondas resistentes baste con un It’s Ok To Cry para evitar caracteres, lugares comunes y hasta a Marc Augé.
Sophie siempre está ahí (TAMBIÉN)
Dejemos de predicar a los pájaros y permitamos su canto.
”Hello Everyone. My name is Laia Estruch, and I would like to announce…”
Así comenzó todo, al menos para mí. Este enunciado, cantado y convertido en Jingle con múltiples versiones me atravesó.
Hace unos meses en la Panera Junto a David Armengol recordábamos ese momento, Laia estaba allí pero no me atreví a decirle que escucharla cantar, escucharla encarnar ese Jingle , fue la sensación de pertenencia y espacio seguro más grande que he tenido en Barcelona, al menos en la Barcelona de los jueves a las 19h en la Capella, o en la Miró, o el Macba…
Para mi fue la introducción de los días que estaban por venir, la apertura de un nuevo camino. Un secreto que de vez en cuando escucho, revivo y que me recuerda que a veces lo generacional pesa, etiqueta y oprime pero que también hay pertenencias que uno elige, teatraliza y decide hacer suyas para poder tricotar el manto antes de que llegue la noche.
***
Hace años, (seguramente tenía yo unos 19 o 20) . Era verano y estaba en el pueblo en el que viví hasta los 6. Un pueblo que está a dos kilómetros de la casa en la que pasé la adolescencia y todas las operetas. No conduzco, tengo carné pero no conduzco y eso seguramente ocupaba un tercio de las conversaciones familiares de aquel verano. Recuerdo estar escuchando repetidamente Everything in its right place de Radiohead, los auriculares y el esconderme en la cochera de mis padres, me protegían, creaban una intimidad efímera en una casa familiar que ha sido siempre el espacio de tránsito de todo el pueblo.
Dejé la ventana abierta para que el calor no me trastocara más de lo que ya lo estaba haciendo KID A de Radiohead. El verano siguió normal, calor, la vuelta ciclista, las siestas obligatorias y las pipas por la noche pero un día, caluroso seguramente, mi prima Rosi ( en el pueblo el 70% somos familia) me dijo:
_ Iba a buscarte a la cochera pero te vi bailando y moviéndote con los auriculares puestos.
Yo hice como que no la escuché y seguí el verano.
Ese día entendí que cualquier mínimo descuido puede hacer que lo otro se pierda.
***
A continuación comparto mis nuevos KID A y algunos secretos, no me pillareis bailándolos con los auriculares puestos, pero por favor si nos vemos por la calle no me los recordéis, rompería la magia, diluiría el secreto.
[Imagen destacada: Susurrar un bosque. Fito Conesa (Midjourney)]
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)