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La ambigüedad hecha reina
y el mundo con una máscara
infinita,
aterrorizadora y fascinante,
magnética
como un objeto que procura la muerte.
Me empezaba a perseguir pero lo hacía con
una lentitud torpe, con la mirada idiota, y
aunque yo huía más rápido al final él siempre
terminaba alcanzándome, y eso era lo más
terrorífico del sueño. Me he despertado y
alguien estaba en la cocina llena de luz, y le
he explicado el sueño. Perseguirnos así,
lenta pero inexorablemente, es lo que hace
la noche a través del día.
Los niños que piden que la noche no llegue,
pero la noche siempre llega, aunque les
persiga con pasos lentos y ellos todavía
puedan correr, al final siempre llega.
La noche, su llamada ancestral a la barbarie,
a la subida de las fiebres, como si la
oscuridad las ayudase a conjurarse para
vencer al cuerpo, y con esa pérdida llegasen
las pesadillas de todo tipo que a la luz del día
harán sonreír pero ahora tienen poder
porque están en su lugar y lo ocupan todo.
Con la noche el horror se hace creíble, pero
es mucho peor cuando ese horror demuestra
que puede sobrevivir perfectamente a la
claridad de un sábado como aquel.
El sábado era radiante y triste, y envuelto en
una especie de euforia anfetamínica.
En el mercado, como siempre, me vi atraído
por el objeto con el aura maléfica. Llego a la
parada y lo único que veo es eso. Todo el
resto carece de interés y parece haberse
invisibilizado ante la repentina presencia
irresistible del objeto que voy a comprar, el
objeto maligno y maldito. Era un corazón de
nácar con una puerta negra en medio, y dos
aves oscuras a su alrededor como dos brazos
abiertos.
El suelo refulgía como si en su fondo
hubiesen anidado hace tiempo, y ahora ya
hubiesen crecido, una manada de demonios
hambrientos, formas espectrales recorridas
por el fuego a las que hice lo posible por
ignorar. Y es que eso ya no importaba
porque allí estaba ella, la joya maligna y
blanca, transformándose a mis ojos con la
rapidez de una tormenta tropical. Supe que
hubiese cambiado todo lo que había
conseguido por tenerla. También supe que
no había salvación para alguien que era
capaz de pensar eso, y aunque había
empezado a sufrir me sentía como drogado;
una droga que la ensalzaba a ella y a mí me
confundía, como un animal venenoso
atacándose a sí mismo.
Vivir en esa contradicción de desear lo
maldito y, a la vez, ser infinitamente
supersticioso y rechazarlo. El tendero nota
esa ambivalencia y eso me asegura conseguir
un buen precio en el regateo, y es que
aunque lo estoy queriendo poseer a la vez
quiero alejarme de él.
Todo es una amalgama de sentimientos
contrapuestos, oscuridad y dulzura, eso es lo
que nos atrae, que algo nos asquee de un
modo nuevo.
Cuando pasan cosas así entiendo que el
mundo para mí nunca estará limpio.
Ahora, dejándome inundar por este
sentimiento sin esperar realización de
ningún tipo, como un adolescente que se
deja inundar por algo que ha visto y no
puede pensar en sí mismo ni en las
consecuencias y se sabe vivo y muerto,
sobrepasado por un espectro que ha tomado
su cuerpo y que de ese momento en
adelante hará con él lo que le plazca. Y
mientras no dejo de soñar con secuestros, y
mis secuestradores, que en el sueño son
indiferentemente mujeres jóvenes o viejas,
u hombres encapuchados, son estos
sentimientos que vagan por el mundo
errantes en busca de un cuerpo al que
habitar, y ahora han encontrado el mío y soy
su rehén hasta que a ellos les plazca.
Cómo los últimos meses han sido un
progresivo irse rindiendo a esta cosa.
Que un objeto esté habitado por un
sentimiento funesto, una voluntad de doler.
Antes de entrar en casa con el objeto
envenenado he terminado deshaciéndome
de él. Y me he sentido liberado, liberado de
una forma que me ha dado pena, como si en
los últimos meses me hubiese habitado un
demonio que me hacía llorar y caer en
éxtasis que se prolongaban hasta cuando a él
le apetecía y, de repente, éste me
abandonase súbitamente y me dejase
vagando vacío por las calles, como un
fantasma perdido.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)